‘La casa encogida’: un viaje para el recuerdo hasta el Festival Internacional de Cine de Gijón

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Una crónica de Laura Fargueta / Imágenes: Izan Samuel Fernández y Zhanzhi Chen

Cuando nos enteramos de que ‘La casa encogida’ se iba a proyectar en el marco del Festival Internacional de Gijón, no supimos cómo reaccionar. Nunca hubiésemos imaginado que el primer cortometraje realizado por un grupo de trece estudiantes de segundo curso de Comunicación Audiovisual, en la UCHCEU, acabaría proyectándose en una sala de cine a tantos kilómetros de Valencia. La noticia se agigantó al recordar que en esta ciudad del Principado de Asturias se alumbró la primera película española en ganar un Premio Óscar: Volver a empezar, de José Luis Garci.

‘La casa encogida’, dirigida por Celia Simó, producida por Gonzalo Escrig y con guion de Laura Fargueta, narra la historia de dos hermanos de cincuenta años, interpretados por los actores saguntinos Eduardo Escrig y Javier Bolúmar. En su afán por ocultar el cadáver de su madre, los personajes se ven inmersos en una trama donde las tensiones familiares alcanzan su punto culminante. Aunque la casa en la que se desarrolla la historia no se muestra en pantalla, ejerce un papel fundamental como el desencadenante de la acción: la casa oprime y asfixia a los hermanos, llevándolos al borde de la locura. El cortometraje ha sido galardonado con el Premio del Público del Festival ‘Rodando en…’, y también fue finalista del Festival Torrerífico y del Certamen Audiovisual Proyecta.

Los doce estudiantes que integramos la joven productora Kinema Productions nos planteamos como un nuevo reto el viaje a Gijón y la presentación de nuestro corto frente a los espectadores de una sala de cine: al fin y al cabo, no hay juez más severo que aquel que paga el precio de una butaca de cine, sea por genuino interés o por afán de encontrar una distracción con la que ocupar la noche.

Un trayecto en tren lleno de ilusión

La mañana del primer día arranca a las siete de la mañana. Un grupo de jóvenes cargados con maletas y con la energía de quien madruga por placer aguarda desde un banco de la estación Joaquín Sorolla de Valencia. Cuando la pantalla de información se ilumina con el destino del tren y la vía de embarque, los jóvenes se levantan.

El tren arranca y los últimos edificios de Valencia se difuminan en un paisaje de explanadas inabarcables. A pesar de la emoción, algunos caen vencidos por el sueño y por el calor de la calefacción, acunados por el traqueteo constante. Se avecina una pesada jornada de casi ocho horas de viaje. Aunque hacemos una pequeña parada en Madrid, apenas una hora después ya estamos sentados en el segundo tren, rumbo a Gijón.

A medida que nos adentramos en Asturias, al otro lado del cristal el paisaje adquiere una tonalidad verde más profunda, más fresca, que aquella amarronada que teñía el paisaje castellano. Nuestro grupo, maravillado, despierta para asomarse a la ventanilla a contemplar las montañas y las vacas que recorren unas praderas que parecen de cuento.

El tiempo pasa ágil y, antes de que queramos darnos cuenta, la voz metálica de Adif anuncia la próxima parada, Gijón. Y Gijón nos recibe con su cielo gris tormenta, y nosotros la observamos con la curiosidad infantil de quien descubre o redescubre un lugar.

Camino al apartamento, la taxista se sorprende al saber que vamos a presentar un corto en el Festival Internacional de Gijón. Según nos dice, todos los años lleva a invitados del festival que viajan a la ciudad, pero este año “sois los primeros”.

En esta primera vuelta por la ciudad, nos percatamos con orgullo de que son muchos los locales que, tras su escaparate, muestran carteles que promocionan el festival. Los carteles penden de las paradas de bus, de los pequeños comercios, de las fachadas de algunos edificios del viejo Gijón.

Tras descargar las maletas en el apartamento, directora, productor y guionista nos encaminamos a recoger nuestras acreditaciones en la Antigua Escuela de Comercio, la Cátedra Jovellanos. Es un edificio alto de paredes blancas y grandes ventanales, muy iluminado; una construcción que luce la sobriedad clásica propia de la arquitectura de principios del siglo XX. Trabajadores para la organización del festival nos reciben con una sonrisa y nos invitan a un photocall que tendrá lugar mañana, junto a otros directores y profesionales invitados. Es entonces, al salir del edificio, cuando se manifiestan los primeros nervios al percatarnos de la magnitud del festival.

La noche cubre la ciudad cuando regresamos al apartamento. No tardamos en retirarnos a dormir, pues el miércoles se pronostica agitado.

El gran día: ‘La casa encogida’ se presenta en Gijón

Suena el despertador y nos acurrucamos en la comodidad de los colchones. De pronto, con la molesta tonadilla a modo de banda sonora, recordamos que hoy es el día. Nos apresuramos en levantarnos y, con el tiempo justo para limpiarnos las legañas y vestirnos, salimos a la calle.

Nos esperan en el edificio de la Antigua Escuela de Comercio, el imponente lugar en el que recogimos las acreditaciones. Junto a profesionales como la directora francesa Léa Fehner, el artista visual Elmer Guevara o el director rumano Andrei Tanase, nos piden que posemos para los fotógrafos del festival. Aún nos cuesta creer que estamos viviendo la experiencia de un festival de cine como invitados y no como espectadores.

Aprovechando los tickets de descuento que nos ha entregado la organización del festival, reservamos una mesa en el restaurante La Galana, en la Plaza Mayor de la ciudad. Decidimos explorar la ciudad para hacer tiempo: nos adentramos en el paseo junto a la costa. Es un día frío, gris y húmedo; aun así, una señora de mediana edad se aventura a nadar en el mar. Empiezan a caer las primeras gotas de agua, que pronto se convierten en una lluvia intensa. No es la primera ni la última vez que llueve mientras paseamos: Gijón se nos muestra como una mujer llorosa que vierte sus penas en el mar.

Con la hora de comer, nos damos cuenta de una coincidencia: el restaurante en el que hemos reservado se sitúa junto al hotel Asturias, el lugar en el que se rodó la película Volver a empezar, con la que Garci ganó el Premio Óscar a Mejor película de habla no inglesa en 1983. Primera película española que se alzó con el codiciado galardón. Una plaquita en la fachada del edificio así lo atestigua.

Esta coincidencia cinéfila nos saca una sonrisa mientras entramos en el restaurante para disfrutar de una contundente comida con la que celebramos la ocasión. Con las energías cargadas para el resto del día, disfrutamos de un último paseo por la ciudad antes de regresar al apartamento.

Los nervios y la excitación están a flor de piel mientras nos vestimos y arreglamos, a poco más de una hora del inicio de la proyección. Nos dividimos en grupos y llamamos a tres taxis para que nos acerquen al OCINE de Gijón. El taxista nos desea suerte mientras nos apeamos del vehículo.

Nos llama la atención la cola que aguarda a que se abra la taquilla de la sala: es un miércoles por la noche y, aunque nuestro cortometraje acompaña a la proyección de una película canadiense (Until the branches bend), esta tampoco es lo suficientemente conocida como para atraer a un público masivo.

Entramos en la sala, y directora, productor y guionista aguardamos a que llegue  nuestro turno para presentar el cortometraje. Mientras tanto, los otros nueve miembros del equipo están emocionados por la perspectiva de ver su trabajo proyectado en una sala de cine para una audiencia desconocida. “Es un sueño hecho realidad”, afirma el técnico de iluminación Zhanzhi Chen. “Pensar que nuestro primer cortometraje sería proyectado en una sala de cine es algo que jamás habría imaginado”.

Tras la presentación del largometraje a cargo del crítico de cine Jesús Palacios, los tres invitados de la UCHCEU aparecen en el escenario. Una emocionada Celia Simó describe las dificultades técnicas que el equipo tuvo que afrontar para el rodaje de ‘La casa encogida’: la escasez de tiempo —se rodó en menos de veinticuatro horas—, el rodaje nocturno y, sobre todo, la falta de experiencia. “Llegar hasta aquí es todo un honor”, expresa tras manifestar su agradecimiento a la universidad y a la organización del festival.

Por otro lado, Laura Fargueta adelanta la premisa de la historia y narra los orígenes de la misma, así como la simbología del título. Finalmente, Gonzalo Escrig, tras compartir algunas de las dificultades surgidas de su trabajo como productor, destaca nuevamente el apoyo de la UCHCEU, sin el que nunca hubiéramos llegado a Gijón.

Las luces se apagan y, con el rótulo de Kinema Productions, da inicio la proyección. El equipo se muerde las uñas desde las butacas, temerosos de que la calidad de la imagen o del sonido no sean las óptimas. Para contento de todos, no es así. Disfrutamos de la proyección de nuestro cortometraje mientras los más impacientes tratan de avistar en la oscuridad de la sala las reacciones de los espectadores.

Con los títulos de crédito, se desatan los aplausos. Inés Pérez, directora de arte de ‘La casa encogida’, afirma que en el momento en que se apagaron las luces, se dio cuenta de que acababa de empezar algo nuevo para ella. “Ver tu nombre en la pantalla es el sueño de cualquier persona que se quiera dedicar al cine”, comparte con una sonrisa.

Satisfechos, disfrutamos de la proyección del largometraje canadiense de Sophie Jarvis, de su bella fotografía, banda sonora y montaje. La película narra la historia de una empaquetadora de fruta que se acaba de quedar embarazada cuando descubre unos misteriosos insectos en los melocotones de su factoría.

Cuando el equipo sale de la sala, se nos aproxima una mujer. “Me ha gustado mucho vuestro corto”, nos dice con los ojos brillantes. “Es bueno ver a gente joven haciendo estas cosas”. Solo por ese instante, han valido la pena las ocho horas de tren hasta Gijón. Agotados, regresamos en taxi al apartamento y cenamos unos trozos de pizza recalentada que saben a gloria.

Regreso a Valencia con una experiencia única

El día amanece triste porque el viaje ha llegado a su fin. Limpiamos el apartamento, cargamos las maletas y, aún saboreando el recuerdo de la noche, dejamos Gijón. Disfrutamos de una última vuelta por la ciudad en el trayecto en taxi hasta la estación.

Nos embarcamos en el tren dispuestos a asumir otra jornada de ocho horas hasta Valencia. El vehículo arranca y, en apenas unos minutos, los últimos edificios de la ciudad se difuminan con la niebla del horizonte.

Gijón se va, pero nos deja una experiencia con la que hace un año no nos hubiésemos siquiera atrevido a soñar y, sobre todo, la esperanza de que esta sea solo la primera de muchas.