‘Saben Aquell’, un retrato de la España que fue

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Un análisis de Gonzalo Escrig

En el retrovisor de la memoria vislumbramos una España envuelta en humo donde los médicos ejercían su profesión con un cigarrillo en la boca, los bares ofrecían música de calidad y los cócteles fluían en generosas proporciones. Justo en ese preciso instante, cuando España comenzaba a abrirse al mundo con los últimos suspiros de la dictadura, emergió una figura que se inscribiría con letras doradas en la historia de la comedia española: Eugenio.

Luciendo sus inconfundibles gafas Tom Ford, envuelto en un look total black, acompañado de un paquete de Ducados y un vodka con zumo de naranja, Eugenio logró arrancar risas a todo un país con sus relatos que iban más allá de simples chistes. Su presencia se erige como la representación física más fidedigna de aquel imaginario colectivo que caracterizó la España de los años 80, una era que ya ha dejado su huella imborrable.

Es en este contexto que la película de David Trueba, ‘Saben Aquell’, se erige como una propuesta fascinante. Resulta intrigante adentrarse en la vida privada de un individuo que, ante la mirada del público y las cámaras, personificó a la perfección un fragmento crucial de la historia de España. En esencia, esta obra cinematográfica nos muestra el punto de partida y el proceso de construcción del personaje que todos llegamos a conocer.

Cierto es que este biopic, término que, por mucho que no guste a su director, describe a la perfección la película, no introduce elementos novedosos ni revoluciona los cánones en términos de realización y trama. No obstante, cumple una función vital: nos ayuda a comprender al hombre que se escondía detrás de esas icónicas gafas y ese humo espeso. Al final, se confirma una vez más que aquellos que nos hacen reír a carcajadas a menudo cargan consigo una pesada dosis de desventura.

A pesar de la ausencia de una mirada autoral detrás de cámara, el talento que se despliega ante ella resulta más que destacable. Es difícil no pensar en posibles nominaciones a los premios Goya para David Verdaguer, en el papel de Eugenio, y Carolina Yuste como Conchita, ambos demostrando, a su manera, una destreza actoral sobresaliente. Si uno se sumerge en la película es posible que olvide por momentos que aquel hombre sentado en el taburete no es el mismísimo Eugenio.

En el gran esquema de las cosas hay poco que comentar. La historia no rompe con ningún canon establecido y Trueba se mantiene dentro de las fronteras de la estructura clásica. Parece que este proyecto se sostiene gracias a su elenco, capaz de elevar un guion que, lamentablemente, deja mucho que desear. Puede que el público se divierta, puede que incluso llegue a llorar, pero no nos equivoquemos… Esas sonrisas y lágrimas no serán gracias a David Trueba, sino a los chistes de aquel hombre que, durante un tiempo, representó a esa España que ya no existe.