Una entrevista de Laura Fargueta / Imágenes: Editorial Planeta
La prolífica Carmen Amoraga vuelve a librerías cinco años después de su última publicación. Con El corazón imprudente, la escritora pone punto y final a una intensa carrera política, de la que ha ejercido ocho años como Directora General de Cultura y Patrimonio de la Generalitat Valenciana. Ahora, tras el fin de la IX Legislatura, la que fue premio Nadal (2014) y finalista del Planeta (2010) retoma su vertiente literaria con una novela en la que aúna temas como el amor, el perdón y la memoria histórica. Todo de la mano de unos personajes que rondan la sesentena y a los que la vida aún les tiene reservada una segunda oportunidad.
En alguna ocasión ha confesado que para escribir sus novelas trabaja sobre historias reales. ¿De dónde nace la inspiración para El corazón imprudente?
De muchísimas historias reales. A mí me gusta escribir sobre las letras minúsculas, los héroes anónimos que hacen la heroicidad más grande del mundo: levantarse después de caer. La vida está diseñada para tumbarnos y no siempre es fácil levantarse. Yo escribo sobre lo que veo, lo que oigo, lo que me cuentan. La realidad es un vivero inagotable de historias.
Para esta historia, el chispazo fue una anécdota. Mi madre murió mientras yo estaba escribiendo la novela: ella tenía un principio de demencia y, como también era diabética, el médico de mi madre me llamaba para que yo le pasara la relación del azúcar. Un día, el médico me llamó para que yo le diera el azúcar y me preguntó por cortesía cómo estaba. Había tenido un día horrible y empecé a llorar, él intentó consolarme.
La literatura actual peca, en cierto modo, de edadismo. En cambio, usted pone el foco en personas maduras. ¿Cree que es importante mostrar las historias de otras generaciones?
Yo pienso que la ficción imita a la vida, pero no es la vida. Al mismo tiempo, los espectadores de las ficciones somos más empáticos con las ficciones que con la propia vida. Es verdad que las ficciones nos ofrecen una visión negativa del paso del tiempo. Como sociedad, nos gusta lo sano, lo bello, lo claro, lo feliz. Pero para que exista lo sano, tiene que existir lo enfermo. Para que exista lo bello, tiene que existir lo feo. Y para que exista la juventud, tiene que existir la vejez.
Uno de los temas que quería abordar es cómo la sociedad se relaciona con las personas mayores, que suelen ser o bien cargas, o bien cuidadores. Yo tengo 54 y me encuentro mejor que cuando tenía 34. Creo que es algo bastante común, porque la calidad de vida hace que cada vez seamos más longevos. Quería que la edad de mis personajes oscilase en torno a los 60, porque las personas de esta edad viven mejor, tienen mejor sexo, aman mejor…, si se dan el permiso para hacerlo, que es algo sobre lo que los personajes de la novela intentan trabajar.
¿Se considera un tema tabú la sexualidad de las personas maduras?
Desde luego, es una idea que se trata con rechazo o con paternalismo. Yo soy periodista, y en mi época de periodista activa, coordinaba un suplemento de personas mayores en el periódico donde trabajaba. Era un suplemento semanal que trataba muchísimos temas. Pocas veces traté el tema de la sexualidad, porque de eso no se hablaba. Las personas mayores disfrutan porque ya saben de qué va la vida y saben que las cosas se tienen que pedir, que con vergüenza no se va a ningún sitio. Pero eso también es una generalización. No es que por tener más edad disfrutes más del sexo, pero lo que sí que es verdad es que no por tener más edad disfrutas menos o que no lo practiques.
«La vida está diseñada para tumbarnos y no siempre es fácil levantarse»
Uno de los temas recurrentes en sus novelas es el amor. ¿Cómo se muestra el amor en esta novela?
Yo creo que lo más recurrente en todas mis novelas es, más que el amor, la distancia: la distancia que va entre la vida que quieres y la vida que tienes, que normalmente no suele coincidir. Todas mis novelas tratan de cómo se intenta acortar esa distancia o de cómo se intenta asumir que no la vas a poder reducir nunca. Y muchas veces, no se puede reducir porque somos fruto de un bombardeo ficticio mediático muy real. El príncipe azul no existe, no existe el último tren ni una estación a la que vayas para esperar que te pase algo.
El amor aquí, en esta novela, se vive muy relacionado con el perdón. Se vive primero como una ilusión —porque los dos personajes se enamoran de una ilusión, de algo que no es real—; pero, sobre todo, es un amor de la mirada del otro, de cómo el otro les devuelve su mejor versión. El enamoramiento tiene mucho más que ver con la química que con el corazón. Cuando te enamoras es como cuando te emborrachas: no ves la realidad como es. El cerebro provoca hormonas y provoca una química que te vuelve un adicto a la otra persona y que te crea una felicidad irreal.
De 2015 a 2023 ha ejercido como Directora General de Cultura y Patrimonio de la Generalitat Valenciana. ¿Cómo ha sido combinar su faceta de autora con una carrera política?
Los primeros años no hubo ninguna combinación, dejé de escribir. Luego, en la pandemia, seguimos trabajando, pero se detuvieron los actos e inauguraciones durante un par de meses: entonces recuperé el pulso de escribir. Estuve cinco años sin escribir, desde 2015 hasta 2020. Cuando lo reanudé, tenía claro que no quería publicar nada nuevo mientras estuviera en el cargo. Sí que se publicaron dos novelas que había entregado antes de 2015, y que salieron en 2016 y en 2017, aunque no pude defender ninguna de las dos por falta de tiempo. Cuando retomé el pulso de escribir, fue más bien por una cuestión de desconexión mental. Al final se trata de optimizar el tiempo.
En 2016, participó en un homenaje a los presos de la dictadura franquista en el Monasterio de San Miguel de los Reyes. Es un tema que se trata en su nueva novela a través del personaje de Miguel, que también estuvo encarcelado en este monasterio durante los inicios de la dictadura.
Durante estos ocho años, mi espacio de trabajo como Directora General ha sido precisamente San Miguel de los Reyes. Los primeros días me pareció un espacio lleno de energía positiva, pese a todo el dolor que se había producido tras sus paredes. Se me ocurrió que no se había agradecido a las personas que habían dado allí su vida y su tiempo y su lucha por la libertad, así que desde la dirección planteamos un homenaje a los presos. Este homenaje aparece en la novela. Es un tema que a mí me ha interesado muchísimo como persona. La novela tiene un triángulo amoroso, que es el que protagonizan Tina y José Manuel al enamorarse e iniciar una relación en la que hay otra mujer y otro marido. En uno de los vértices está el perdón, y en el otro está la memoria. A menudo nos da la sensación de que si no tenemos a ningún familiar desaparecido en una cuneta o en una fosa común, no tenemos nada que ver con la memoria democrática. Gracias a las personas que lucharon, podemos decir lo que nos apetezca y hacer lo que nos apetezca y votar a quienes nos apetezca.
¿Es la cultura una forma de política?
Creo que la vida es política. Todo lo que haces es política. Como decía Fuster, decir “buenos días” es hacer literatura. De la misma forma, salir a la calle es hacer política. Eliges ir a un bar en lugar de a otro, te desplazas en un transporte y no en otro… La vida es política. La cultura lo que no debería ser es politizada. Pero la cultura forma parte de la vida, y todo en la vida es política.
¿Qué ha sido lo más gratificante de estos ocho años como directora?
Ha sido muy gratificante abrir el Monasterio de San Miguel de los Reyes a toda la ciudadanía, abrirlo a personas que nunca habían ido porque no sabían que existía o porque no se atrevían a volver después de que un familiar suyo hubiese estado preso allí. Desde la pandemia, empezamos a hacer actividades culturales allí y hoy en día es un espacio cultural de primer orden donde se hace música, teatro, danza, literatura…
Una de las cosas más bonitas ha sido justamente organizar y preparar ese acto de agradecimiento del que hablábamos. Un día en que bajaba a la cafetería, me encontré con una mujer que me contó que había pasado por allí en autobús, y que había bajado al fijarse en que en la valla había una foto de su padre preso. Esta mujer, pasando con el autobús, había reconocido a su padre y había entrado en el monasterio. Pero lo más bonito de todo ha sido aportar mi grano de arena a un esfuerzo mayor, sumarme a todas las personas que han trabajado por la cultura durante los últimos ocho años.
«La cultura lo que no debería ser es politizada. Pero la cultura forma parte de la vida, y todo en la vida es política»
¿Planea seguir compaginando su carrera política con la de escritora?
A la política hay que venir con fecha de caducidad y con lucro cesante. Yo cuando entré en el cargo era asesora en la Universidad de Valencia. Ahora no tengo ese trabajo y estoy en el paro. Hay que dejar que lleguen otras personas: he sido ocho años directora general y ocho años concejal en mi pueblo. Creo que con 16 años ya he aportado todo lo que podía aportar, y ahora ya es momento de que entren otras personas.
Aparte, a principios de año, comuniqué en mi partido que no quería continuar, independientemente del resultado de las elecciones. Daba por hecho que iba a haber un tercer Botànic. No ha sido así, pero ya había dicho que no quería continuar, y por eso empecé a moverme para poder publicar esta novela lo más pronto posible una vez dejara el cargo, que según mis previsiones iba a ser en mayo, y que al final fue el 4 de agosto.
En 2014 se alzó con el premio Nadal por su novela La vida era eso, un premio de valor histórico del que, en sus primeras ediciones, resultaron ganadoras autoras como Carmen Laforet o Carmen Martín Gaite. Llamándote tú también Carmen, ¿es este reconocimiento un aliciente para seguir la estela de ellas?
Claro. Me acuerdo de que mi mejor amiga, cuando éramos pequeñas, siempre me decía: “Escribe y algún día ganarás el Nadal”, como si eso fuera ir a la Luna. Para mí, desde luego, fue un aliciente. Recibí el premio a manos de Ana María Matute. Recuerdo que estaba muy nerviosa. De lo que decíamos antes de que todo es política, yo recogí el premio Nadal con una chapita en la que protestaba por el cierre de Canal 9. Es que puedes hacer política en cualquier ámbito de tu vida. No es necesario estar en política activa, los ciudadanos tenemos que hacer política. En la antigua Grecia, la definición de idiota tenía que ver con el ciudadano que pudiendo trabajar para la sociedad, solo trabajaba para sí mismo. Mira si hay idiotas ahora, en la política y en la sociedad. Ana María, que estaba en silla de ruedas, me hizo un gesto para que me inclinase, me agaché y me dijo: “Ojalá este premio te haga tan feliz como a mí”.
Este año cumple 25 años de su carrera como escritora. ¿Qué es lo que más ha disfrutado de estos años?
Pues si te digo la verdad, me han pasado en un suspiro. Ha sido todo un disfrute continuo, he tenido mucha suerte y he tenido la oportunidad de compartir experiencias con personas maravillosas. Cuando fui finalista del Planeta, pasé un año con Eduardo Mendoza, el ganador de ese año. Eso fue un máster en escribir y en vivir. Sobre todo, conocer a un montón de personas. Y haber visto los toros desde la barrera: a veces, quedar finalista es mejor que ganar. Mi vida como escritora está siendo una vida maravillosa. No podría destacar nada porque, aunque a veces ha parecido que se detenía, nunca ha parado.
¿Qué próximos proyectos podemos esperar de Carmen Amoraga?
Durante la pandemia escribí otra novela, anterior a la que publico ahora. Si no pasa nada, se publicará dentro de poco. También está muy vinculada a la memoria, pero más que a la memoria democrática, a la memoria relacionada con el concepto que tenemos de nosotros mismos, de cómo la manipulamos para sentirnos más cómodos en el mundo en que vivimos.