Paloma Bellés, maestra de Educación Infantil y Educación Primaria formada en la Universidad CEU Cardenal Herrera en Castellón, reivindica en estas líneas el valor de la educación rural y los múltiples aprendizajes que proporciona. Junto a su hermana Maite, es la fundadora de SOMNIA, un proyecto socioeducativo nacido en Culla que oferta servicios para la infancia y sus familias en el entorno rural, que se ha alzado con premios al emprendimiento en diversificación de la actividad económica en el mundo rural concedidos por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y por la Conselleria de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Generalitat Valenciana. 

«Les voy a contar una historia ficticia que, sin embargo, refleja fielmente la experiencia que han vivido muchos maestros rurales. 

Pongamos que hablamos de un pueblo al que nuestra protagonista llegó poco después de acabar sus estudios como maestra. Podría ser un pueblo cualquiera, pero eso sí, de los más pequeños que os podáis imaginar. Un pueblo en el que no había muchas familias y, en consecuencia, pocos niños y niñas Pero, eso sí: todos ellos tenían el mismo sueño, el de crecer libres y felices.  

Al principio, la maestra no estaba segura, pero en unos días se dio cuenta de que tenía todo lo que necesitaba para afrontar este desafío educativo: vida tranquila, naturaleza y la cercanía de las personas que vivían allí.  

Empezó el primer día de curso y, cuando todos los niños y niñas estaban ya en el aula, fue consciente de la gran diversidad de edades, necesidades, gustos y motivaciones que había reunidos en el mismo espacio. Inmediatamente se tuvo que poner las pilas para poder atender a cada alumno, pero, a medida que iban pasando los días, se dio cuenta de que esta situación era más fácil de lo que imaginaba. Los niños y niñas de ese pueblo estaban acostumbrados a trabajar conjuntamente, en grupos interniveles, y esto favoreció la adaptación de la nueva docente. 

Desarrollo integral 

La maestra comprobó que aprendían unos de otros y se ayudaban mutuamente a conseguir los objetivos propios y los de los demás como retos conjuntos. Todos aprendían lo mismo, pero cada uno lo hacía a su ritmo y respetando el de los compañeros. También tenían en cuenta tanto las necesidades individuales como las colectivas. Por eso había espacio para actividades muy diversas que favorecían el equilibrio del aula.  

‘Juntos, aprendían la importancia de vivir en sociedad y qué significaban valores como la tolerancia, la empatía y el respeto’  

Además, el momento de aprender no acababa al finalizar la jornada escolar. Cada persona que caminaba por las calles y se cruzaba con estos niños y niñas estaba pendiente de su evolución, de cómo les había ido el día, de sus necesidades. En definitiva, todas estas personas también formaban parte de la educación de los pequeños. Juntos, aprendían la importancia de vivir en sociedad y qué significaban valores como la tolerancia, la empatía y el respeto.  

Esta experiencia enseñó a la joven maestra la importancia del desarrollo integral de los niños. Podía ver como crecían, evolucionaban y desarrollaban sus habilidades sociales, emocionales y educativas a diario, en diferentes contextos, conjuntamente.  

Este curso fue uno de los más importantes para ella como maestra, ya que pudo experimentar la educación del medio rural. Y entendió la gran importancia de la educación, cuando es de calidad». 

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