Más allá del fango, la lucha de todo un pueblo

0
321

Una crónica e imágenes de Josephine Burgos

Valencia es la ciudad donde me he criado, pero Sedaví es el pueblo que me ha visto crecer. Mis palabras van dedicadas a mi tierra y que, hoy hace un mes, fue arrasada por la DANA llevándose con ella parte de nuestra historia que jamás volverá a ser como era antes.

29 de octubre de 2024. Estaba en casa con mi hermano cuando una amiga cercana me envió un video desde Benetússer mostrándome cómo su calle estaba inundada y los coches flotando en el agua. “Tened cuidado, va hacia Sedaví”, me avisó. Sin embargo, mi calle seguía intacta. La primera alarma llegó, exactamente, a las 20:10 de la tarde, cuando Benetússer y Alfafar ya estaban inundados. Aun así, nadie imaginaba que sería tan grave; jamás nos alertaron de la magnitud del desastre. En minutos, vimos como el agua empezaba a entrar con fuerza por nuestras calles arrasando coches, casas y locales. Llamé a mis padres y les dije que no volvieran al pueblo porque era un peligro mortal. Mientras tanto, mi hermana que vivía en un bajo, nos decía que estaba subiendo con los vecinos a la terraza de su edificio. Todo ocurrió tan rápido que apenas podíamos procesarlo.

De repente, nos quedamos sin luz y la cobertura empezó a fallar. Desde la ventana solo veíamos sombras: personas subidas a coches casi sumergidos tratando de escalar hasta algún lugar seguro con ayuda de sábanas o cuerdas. Fuimos a buscar a mi hermana y logramos localizarla. Después de que saltara, de terraza en terraza, con ayuda de mi hermano conseguimos juntarnos. Sentimos un alivio momentáneo. Mis padres, en cambio, quedaron atrapados, fuera del pueblo, junto a otras personas. Desde una colina observaban cómo el agua lo cubría todo. Nadie sabía qué hacer ni cómo actuar. Algunos vecinos intentaron rescatar sus coches de los garajes, pero se vieron con el agua de frente. Muchos lograron salir, pero, otros, no tuvieron la misma suerte. 

Esa noche, con el agua alcanzando casi los dos metros, el miedo y la preocupación eran los únicos sentimientos posibles. Solo escuchábamos el rugir del agua y las voces de quienes intentaban comunicarse con sus familias. Durante toda la noche no pudimos dormir intentando contactar con nuestros familiares que solo podían decirnos que estaban bien. Al día siguiente, la luz reveló toda la devastación: coches volcados, calles sumergidas en barro y escombros por todas partes. Había un helicóptero sobrevolando la zona en busca de personas atrapadas, algo que ponía los pelos de punta. Aún sin protección ninguna, mis padres decidieron regresar caminando desde La Torre con el agua que les llegaba hasta las rodillas y usaban palos para evitar caer en las alcantarillas abiertas. Cuando por fin llegaron, después de dos horas de trayecto, pudimos respirar tranquilos.

Un escenario de destrucción

Las calles que solíamos recorrer, ahora eran un río de lodo. Los bares de siempre, como La Buena Vida o el Café Caoba, estaban destrozados. Los parques de nuestra infancia habían desaparecido. Cuanto más caminábamos, más tristeza nos encontrábamos: el polideportivo, las viviendas, los supermercados… Nada había quedado en pie. Fuimos a ver la casa de mi hermana y el impacto fue instantáneo. La nevera estaba volcada en el suelo, los armarios rotos, el suelo levantado, los muebles de cocina partidos, las mesas, la terraza… Fue una escena que parecía irreal. A esto le añadimos que en esos momentos no llevábamos mascarilla, botas, guantes ni nada que nos protegiera de los virus. No fue hasta el 2 de noviembre cuando comenzaron a advertirnos de que el fango era perjudicial para la salud debido a todo lo que arrastraba y, por ello, los voluntarios empezaron a llegar con material para cubrirse, pero nosotros no teníamos con qué protegernos.

El ambiente era de nerviosismo y miedo. Después de cuatro días no teníamos ni comida ni agua, salvo que los familiares la trajeran por nosotros. Esto llevó a muchas personas a entrar en supermercados para robar todo lo que podían y también comenzaron las peleas por una barra de pan. Una situación que empeoraba por las noches: había atracos para quitar a la gente lo poco que le quedaba. Algunas personas incluso hacían guardia en las puertas de sus casas para evitar robos o que les ocuparan. A su vez, en muchas partes del pueblo aún no había luz y tampoco había gas para ducharnos con agua caliente en pleno noviembre. La población no hacía más que pedir ayuda al gobierno valenciano para que todo esto cesara, pero esa ayuda no llegó, al menos en Sedaví, hasta pasados varios días y muy paulatinamente.

6 día: llega la ayuda de los voluntarios

El 4 de noviembre comenzaron a aparecer militares y más bomberos en las calles. Aunque llegaron bastante tarde, su presencia trajo un poco de orden al caos. Durante estos días, surgió un nuevo problema: las alcantarillas se atascaron por el fango. La casa de mi abuela fue otra de las afectadas y aunque limpiamos varias veces, la casa volvía a ensuciarse. Del bidé, de la ducha y del baño salía el agua que las alcantarillas no podían retener junto con heces. Por fin, unos voluntarios de Teruel trajeron su propia maquinaria para sacar los residuos del alcantarillado y gracias a ellos, logramos adelantar hasta que el problema se solucionó. Además, los medios empezaron a frecuentar más los pueblos, pero lo único que obtuvimos de ellos eran noticias falsas. Algunos periodistas ofrecían información sesgada, otros mentían y muchos más se dedicaban a difundir bulos. La verdad era un bien escaso. La situación nos tenía desesperados, temíamos que tanta desinformación terminara alejando a los voluntarios que venían a los pueblos.

Los garajes, todos, seguían inundados hasta arriba. El agua llegó hasta el techo y no había ni cubas ni bombas para vaciarlos teniendo que conseguirlas por nuestra cuenta. Tardamos tres días en vaciar el garaje de agua y no fue hasta el 9 de noviembre que los bomberos empezaron a sacar los coches y pudimos ver los destrozos ocasionados. Era un completo descontrol, por eso, los vecinos nos organizamos para sacar el barro a mano y con cubos, en una tarea que era demasiado cansada para tan poca gente. Finalmente, logramos localizar a un grupo de militares que nos ayudó en el garaje durante horas, aunque el trabajo no había hecho más que comenzar. 

Desde ese día hacia delante comenzaron a llegar más maquinarias especializadas, sin embargo, en esta última semana de noviembre, justo cuando se cumple un mes de la tragedia, las cosas no han cambiado demasiado. Los colegios e institutos siguen cerrados, el polideportivo sigue inutilizado, el ambulatorio está desbordado, las tiendas de comida siguen igual de destrozadas y muchas calles, casas y garajes continúan llenos de barro. ¿Cómo vamos a volver a la normalidad así? Aunque hay más ayuda, sigue faltando material para reconstruir todo esto lo antes posible. Muchas personas se han quedado sin nada: sus negocios, sus hogares, sus pertenencias. Aunque lo material es secundario, no debemos romantizar esta idea. Recuperar lo que nos llevó años construir será muy difícil y para algunos, quizás, imposible.

Una tragedia que, ¿se pudo haber evitado?

Hay quienes no podrán volver a tener el negocio, por el que tanto lucharon, o recuperar el coche que tanto esfuerzo les costó. Por ello, quiero pedir la solidaridad de quienes están fuera del pueblo y, sobre todo, del gobierno. Esto no ha terminado y no queremos caer en el olvido. Hay personas desaparecidas y familias que han perdido a sus más allegados. Si se hubiera actuado a tiempo, muchas vidas podrían haberse salvado por eso pido justicia para quienes han fallecido injustamente y espero que se responda con las ayudas necesarias, porque hasta ahora no se ha hecho y seguimos esperando.

La AEMET llevaba días alertando sobre las fuertes lluvias que se aproximaban, pero nadie le dio la importancia que se merecía. Aquel 29 de octubre muchas personas fueron a trabajar como si nada, incluso hasta altas horas de la noche, sin imaginar lo que estaba por venir. Todo parecía transcurrir con normalidad hasta que dejó de hacerlo. No sé quién tendrá la culpa de lo que ha sucedido, pero sí sé que las cosas se gestionaron mal. Ni el gobierno central ni el autonómico reaccionaron a tiempo y no se trata de una disputa entre derecha e izquierda sino, simplemente no estuvieron a la altura lo que costó la vida de muchas personas. Errores de esta magnitud no pueden cometerse y, si se cometen, deben corregirse de inmediato. Al mes de lo ocurrido no puedo decir que haya habido mejoras significativas. La gente del pueblo sigue sintiéndose incomprendida y abandonada: casas que los peritos aún no han ido a ver, personas que siguen esperando la llamada del consorcio, el barro que aún se alza en muchas calles, las cañerías totalmente atascadas… ¿Dónde está la mejora? ¿Qué más tiene que pasar para que actúen como es debido?

Catarroja, Massanassa, Paiporta, Alfafar, Benetússer, Picanya, Sedaví… Pueblos grandes y pequeños que siempre quedarán marcados por este suceso. Mando fuerzas a las personas que han perdido a algún ser querido y espero que todo este esfuerzo valga la pena. Que no se olvide el sufrimiento, las lágrimas derramadas por todo lo perdido, el sudor del trabajo sin descanso ni el sentimiento de soledad y aislamiento, al no recibir la protección esperada. Que siempre recordemos lo que hemos pasado y, sobre todo, estoy segura que nos levantaremos más fuertes que nunca. Por mi pueblo, por mi familia y por todos los afectados, seguiremos adelante.