Nuestra salud no sería lo mismo, sin duda. Es una de la conclusiones de este artículo escrito por la doctora Zaira Correcher, profesora de Medicina de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Castellón y miembro de la junta directiva de SEMERGEN

En un mundo dominado por la tecnología, donde tanta información se convierte a menudo en infoxicación y ante una situación sanitaria en apuros, es fácil pasar por alto el papel esencial que desempeñan los médicos de familia. Pero ¿es necesario tener un médico de familia? ¿Sería igual nuestra salud si no existieran? ¿A quién acudiríamos ante cualquier problema?

Los médicos de familia, popularmente conocidos como médicos de cabecera o de atención primaria, son, como dicen muchos, “la puerta de entrada al sistema”, pues garantizan la accesibilidad y la atención coordinada, integral y continua a los pacientes durante toda su vida. La realidad es que son especialistas en medicina familiar y comunitaria (MFyC), la pieza clave de todo buen sistema sanitario.

No obstante, desde hace unos años, parece evidente la falta de consideración y reconocimiento social y administrativo que sufre esta especialidad frente a otras, que gozan de mayor prestigio. Prueba de ello es la falta creciente de profesionales cualificados para ejercerla: muchos de nuestros médicos renuncian ante las condiciones de trabajo y en las últimas convocatorias MIR (periodo de formación en la especialidad) no se han cubierto las plazas ofertadas.

‘Los médicos de familia resuelven satisfactoriamente más del 80% de las consultas, evitan la fragmentación del cuidado, y está demostrado que mantener al mismo médico más de quince años reduce la mortalidad’

Dra. Zaira Correcher, profesora del Grado en Medicina en la Universidad CEU Cardenal Herrera de Castellón. Miembro de la Junta directiva de SEMERGEN (Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria)

El paciente como un todo

Decía que estos profesionales atienden a cualquier persona y por “cualquier cosa”, y es que en su día a día pasa de todo: un paciente nuevo en el cupo con fiebre de tres horas de evolución; la nieta de María, que está enferma y ha venido a pasar unos días con ella; José Luis, que  tiene el azúcar por las nubes ya que no está tomándose el tratamiento porque no puede pagarlo; Pedro, que solicita la baja por estar atravesando un mal momento; Elena, preocupada por su hermana terminal; Ricardo, que no viene nunca, pero hoy tiene muy mala cara y le duele el pecho … La lista es interminable y, aun así, para el médico de familia cada paciente tiene nombre propio.

Su cercanía y continuidad asistencial generan una relación de confianza única con cada paciente, consiguiendo que la atención sea personalizada y efectiva. Es intrínseco a estos facultativos el abordaje físico, emocional, social y familiar al paciente, el acompañamiento desde la infancia hasta la vejez, en la consulta y en casa, en la patología (banal y la grave, aguda o crónica, urgente y demorable), en la prevención y en la promoción de la salud. Esto es: atender al paciente como un todo, garantizando la calidad asistencial.

En cifras, más de 262 millones de citas anuales (el triple que los hospitales), una media de 5,6 pacientes por persona/año (5 veces más que los hospitales), un tiempo de espera medio mayor de una semana para la consulta y una infrafinanciación mantenida de la atención primaria por debajo del 20% del presupuesto sanitario. Y, a pesar de ello, los médicos de familia resuelven satisfactoriamente más del 80% de las consultas, evitan la fragmentación del cuidado, y está demostrado que mantener al mismo médico más de quince años reduce la mortalidad.

¿Se han parado a pensar qué haríamos si los especialistas en medicina de familia no existieran?

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