Los seres humanos estamos preparados para realizar grandes niveles de actividad física que hagan funcionar correctamente nuestro organismo. Sin embargo, los hemos reducido drásticamente y, con ello, hemos incrementado las probabilidades de desarrollar enfermedades asociadas al sedentarismo. El profesor del Grado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte de la Universidad CEU Cardenal Herrera Alejandro López Valenciano, nos alerta sobre este riesgo y comparte algunas claves para revertir la situación.

En las últimas décadas, la esperanza de vida y la edad promedio de la población española se ha incrementado considerablemente gracias, principalmente, a las mejoras de los servicios sanitarios. Pero, paradójicamente, este logro no se ve reflejado en los años de calidad de vida, puesto que la edad promedio de la población sin limitaciones funcionales está en torno a los 70, que, lamentablemente, coincide en muchos casos con la jubilación. Por tanto, cuando más tiempo libre tenemos y más podríamos disfrutar de la vida, nos encontramos con impedimentos físicos que nos lo imposibilitan. ¿Por qué ocurre esto?

La respuesta es muy clara: nos hemos olvidado de movernos. Es decir, de realizar actividad física de manera regular. Tanto la Organización Mundial de la Salud como el Colegio Americano de Medicina Deportiva, instituciones referentes en cuanto a hábitos de vida saludable, nos llevan advirtiendo desde hace años de que se han reducido drásticamente los niveles de actividad física de la población y, con ello, hemos multiplicado las probabilidades de desarrollar enfermedades asociadas al sedentarismo.

‘La actividad física regular, programada y controlada ha demostrado científicamente que es beneficiosa para personas sin patologías y actúa de un modo decisivo sobre las enfermedades crónicas y degenerativas’

Dr. Alejandro López Valenciano. Profesor del Grado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte en la Universidad CEU Cardenal Herrera, entrenador de triatlón

Estas instituciones recomiendan al menos 150 minutos de actividad física moderada o 75 minutos de actividad física intensa a la semana. Sin embargo, ni siquiera el 25% de la población cumple con estos criterios.

Frenar el deterioro

Por ese motivo, es clave alertar de esta peligrosa situación. Tenemos que despertar y modificar nuestros hábitos. El ser humano, desde su nacimiento, está preparado para realizar grandes niveles de actividad física que hagan funcionar correctamente su organismo. Sin embargo, el aumento preocupante de la vida sedentaria causado por el abuso de las nuevas tecnologías, la vida laboral y la dificultad de acceder a programas de actividad física saludable, han revertido el patrón del cuerpo humano, llevándolo a un proceso de deterioro acelerado que debemos frenar.

Y es que la actividad física regular, programada y controlada ha demostrado científicamente que no solo es beneficiosa para personas sin patologías, sino que actúa de un modo decisivo sobre las enfermedades crónicas y degenerativas, tales como cáncer, obesidad, diabetes, hipertensión, artritis…. mejorando la calidad de vida de las personas que la padecen y ayudando en el propio tratamiento.

También en verano

Es clave recordar que la llegada del calor no debe suponer un impedimento para la práctica de la actividad física. Al contrario, nos ayuda a sobrellevar mejor el calor, mejora nuestra energía diaria y nos permite disfrutar más de las vacaciones. Para continuar con este buen hábito, eso sí, hay que hacerlo en el horario recomendado, antes de las 11 h, para evitar insolaciones y golpes de calor. Conviene saber, además, que hacer ejercicio a últimas horas del día, con el objetivo de evitar el sol y las altas temperaturas, reduce la calidad del sueño. Y, por supuesto, es crucial hidratarse y llevar ropa transpirable mientras realizamos ejercicio.

En definitiva, urge que seamos conscientes de los beneficios que tiene en nuestra vida y nuestra salud -presente y futura- invertir, desde ya, en la práctica de la actividad física.

¿Cómo queremos vivir nuestros últimos años? Plantearnos (y respondernos con sinceridad) esta pregunta puede marcar la diferencia. La conclusión es clara: debemos movernos para vivir mejor.

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