Valenciana: el espejo roto de los noventa

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Un análisis de Gonzalo Escrig / Imagen: Cinema Jove

Jordi Núñez, en su segundo largometraje «Valenciana», se sumerge con audacia en los años noventa de la Comunidad Valenciana, un tiempo marcado por el brillo fugaz de la Ruta del Bakalao y el lado oscuro de la telebasura. Adaptando la obra teatral de Jordi Casanovas, Núñez nos ofrece una visión rica y matizada de un periodo complejo, a través de la mirada de tres jóvenes periodistas: Valèria (Àngela Cervantes), Encarna (Conchi Espejo) y Ana (Tania Fortea).

Valèria, con su entusiasmo por la modernidad, se ve atrapada por la adicción a las drogas sintéticas; Ana, abocada a trabajar en programas de telerrealidad polémicos; y Encarna, inmersa en un equipo de comunicación política agresivo. Estas circunstancias son el crisol en el que se forjan y desafían sus valores y su amistad.

Valenciana despliega con maestría un tejido narrativo en el que las historias de sus tres protagonistas se entrelazan y reflejan mutuamente. La técnica de montaje de Núñez logra una continuidad fluida y constante, subrayando la interdependencia de las experiencias de Valèria, Encarna y Ana, en una especie de danza sincronizada de destinos.

La música, un punto fuerte del filme, añade una capa emocional significativa. La canción original «Reality», compuesta para la película, emerge como un himno que resuena en el alma de los espectadores, culminando en un clímax que levanta al público de sus butacas durante los créditos.

Sin embargo, lo que realmente eleva esta película es su elenco extraordinario. La actuación de Conchi Espejo es de una complejidad abrumadora, logrando un equilibrio sutil entre la ficción y la realidad más palpable. Tania Fortea, por su parte, nos presenta con maestría las dudas morales y retos personales y profesionales de Ana. Jorge Silvestre y Sandra Cervera, en roles secundarios, también logran brillar intensamente en cada plano. Lamentablemente, Àngela Cervantes, aunque ofrece una actuación decente, se diluye entre tanta perfección.

Pero no todo es luz en «Valenciana». La evidente falta de presupuesto se hace sentir en aspectos cruciales de la producción. El diseño de arte y la recreación de la Valencia de los años noventa a menudo resultan insuficientes, fallando en capturar por completo la atmósfera de la época. Además, un uso excesivo de planos cortos limita la riqueza visual de la película, restando puntos a una narrativa que prometía ser visualmente más evocadora.

El machismo estructural

El machismo es un tema omnipresente en «Valenciana». Las protagonistas enfrentan constantemente la condescendencia y el desprecio de una sociedad patriarcal, subrayando no solo las luchas individuales de las mujeres en un entorno dominado por hombres, sino también ofreciendo una crítica incisiva de las estructuras de poder que perpetúan estas dinámicas. Los personajes masculinos a menudo ven a las protagonistas no como compañeras, empleadas o amigas, sino como medios para lograr un fin. Pasan de ser mujeres a meros objetos, utilizados y desechados cuando dejan de ser útiles.

Pero es la unión entre amigas, que trasciende los límites del tiempo y la distancia, lo que hace que estas mujeres resurjan y consigan salir vivas de una época que prefería bajar la mirada ante las grandes injusticias. Su solidaridad es un faro en la oscuridad, una fuerza que las mantiene a flote en medio de las tormentas de una década llena de desafíos.

Reflejos de una ciudad inquieta

El final de la película, mostrando una Valencia atrapada entre su ambición de modernidad y la realidad de sus limitaciones, ofrece una reflexión melancólica pero honesta sobre las promesas no cumplidas de una ciudad y una generación. La declaración de Valèria, “el análisis se lo dejo a los periodistas”, resuena como un eco de las tensiones entre el pasado y el presente, invitando al espectador a reflexionar sobre el camino recorrido y el que aún queda por andar.

En definitiva, «Valenciana» es una obra que, a pesar de sus limitaciones técnicas y presupuestarias, consigue destacar por su profundidad emocional y su crítica social relevante. Jordi Núñez ha capturado la esencia de una década llena de contrastes, ofreciendo una película que, aunque imperfecta, es profundamente honesta y conmovedora. Un testimonio valiente de una época y una generación que todavía busca su lugar en la historia.