Pronunciada por Higinio Marín, vicerrector de la Universidad CEU Cardenal Herrera en Elche
Las relaciones y dependencias entre las visiones religiosa y racional del mundo han centrado la lección magistral del acto académico de la Festividad de la Conversión de San Pablo en la Universidad CEU Cardenal Herrera, que ha corrido a cargo de su vicerrector en Elche, Higinio Marín Pedreño. En su intervención, el vicerrector ha señalado que la capacidad de admiración ante la realidad, que procede de la fe, es precisamente la síntesis entre las visiones religiosa y racional de la realidad.
Quien ve el mundo con curiosidad cree que a medida que aumenta su conocimiento disminuye su ignorancia, mientras que quien es capaz de admirarse ante la realidad de las cosas, desde una visión religiosa, es el verdadero sabio, que comprende que cuanto más crece lo que sabe, más crece también lo que ignora.
Esta admiración, que, según ha apuntado Higinio Marín, es el principio de la filosofía aristotélica, es sustituida en otras corrientes filosóficas por la crítica, la duda o la sospecha como primer paso del saber. La predisposición hacia la admiración es, en palabras del vicerrector Marín, lo que transforma el estudio en vocación, el ser profesor, en profesar. Sólo quien tiene esta capacidad de conmoverse ante la realidad puede tener también la de enseñar su visión del mundo.
Higinio Marín ha subrayado que esta vinculación entre religión y racionalidad tiene su origen, en la tradición cristiana, cuando Abraham, a punto de sacrificar a su propio hijo, comprende que no actuar razonablemente es contrario a la voluntad de Dios y que los imperativos religiosos no pueden violentar los imperativos racionales. Esta razonabilidad de la fe y de la religión es lo que, según el vicerrector Marín, diferencia al cristianismo del islamismo o de cualquier otra tradición que conciba el sacrificio humano. Frente al decaimiento de la razón hoy, que no aspira ni a la universalidad ni al descubrimiento de la verdad, la tradición de los hijos de Abraham pone de manifiesto la universalidad del cristianismo. Una tradición que, tal y como ha recordado el profesor Marín, es síntesis, como el propio San Pablo, de las tradiciones judía, griega y romana.