El deporte, como reflejo de la sociedad, está íntimamente conectado con los valores, pero también con los contravalores, tal y como explica en este artículo el coordinador del Grado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte del CEU de Castellón, Fernando Gómez. En nuestras manos está aprovechar su potencial para impulsar un mundo mejor
La práctica deportiva está muy vinculada a los valores, pero también, desgraciadamente, a los contravalores.
Se ha hablado amplia y profundamente de los valores sociales vinculados a la práctica deportiva, pero poco se alude a los contravalores o los valores negativos relacionados con ella.
Para empezar, debemos recordar que el deporte es un reflejo de la sociedad, ya que es una construcción humana y, en consecuencia, se imbrican en él los valores sociales dominantes.
En segundo lugar, debemos distinguir entre deportes atendiendo a la participación. Es decir, existen diferentes formas de practicarlo: desde el deporte escolar, enfocado en la educación de los jóvenes en múltiples aspectos, hasta, quizás en el otro extremo, el deporte espectáculo. Este último, sentido como una forma de vida o un trabajo por sus participantes, como una verdadera profesión que, en el más alto nivel de algunos deportes, conlleva grandísimas sumas de dinero para los jugadores.
‘El deporte ha sido un gran impulsor de los procesos de civilización, que ha permitido arrinconar conductas socialmente indeseables. Sigamos por este camino’
Fernando Gómez Gonzalvo. Doctor en Ciencias de la Actividad física y del Deporte. Coordinador del Grado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte en la Universidad CEU Cardenal Herrera de Castellón
El deporte escolar es principalmente educativo e intenta fomentar valores sociales positivos como el compañerismo, el trabajo en equipo, el esfuerzo, la salud o la inclusión social, entre muchos otros. Además, intenta poner barreras para limitar los valores sociales negativos a través de la intervención educativa, aunque no siempre lo consigue.
El deporte como espectáculo y bien de consumo no es un opuesto en los valores sociales, como generalmente se entiende, sino que navega entre ambos tipos de valores y acepta tanto los positivos como los negativos (estos últimos por pasividad e inacción en la mayor parte de las ocasiones).
«Normalidad» deportiva
Desde un punto de vista práctico, resulta crucial para el deporte espectáculo ser ambivalente, ya que una de sus funciones sociales en la actualidad es la de permitir a la población la canalización de diversas frustraciones y la catarsis de energía que las normas y límites sociales imponen. En otras palabras, se han normalizado conductas en el ámbito del deporte espectáculo que en otros ámbitos son sancionadas. Nos encontramos, así, con situaciones indeseables como la violencia verbal en forma de insultos y vejaciones a jugadores o árbitros, violencia física que en ocasiones se llega a producir entre los espectadores, cánticos desde las gradas que atentan contra la dignidad humana, obsesión por el éxito o tretas durante el juego. Incluso hay defensores de este tipo de acciones que las justifican con el argumento de generar espectáculo.
Hay una preocupante falta de crítica entre la sociedad, que únicamente se escandaliza cuando se traspasan determinados límites, pero mira para otro lado si esas manifestaciones violentas se mantienen dentro de los márgenes que hemos denominado como “normalidad”.
No debemos olvidar que el deporte ha sido un gran impulsor de los procesos de civilización, que ha permitido arrinconar -y en algunos casos eliminar- conductas socialmente indeseables mediante la participación deportiva fundamentada, primero, en los valores de la Ilustración y, posteriormente, en los valores democráticos. Con el paso del tiempo, el deporte -y la intervención educativa que se hace a través de él- ha conseguido estrechar los límites de tolerancia a conductas opuestas a los valores sociales positivos. Son pasos lentos pero constantes. Sigamos por este camino.