“El hombre sordo a la voz de la poesía es un bárbaro” sentenciaba el poeta romántico alemán J. Wolfgang von Goethe a finales del siglo XVIII. Menos categórico se muestra dos siglos después J. Luis Borges, quien humildemente se consideraba a sí mismo “poco digno de infinidad de versos” y, según el cual, la poesía es creación, es la belleza suprema de la expresión literaria. Y esa belleza, el placer estético que la poesía ofrece, es una sensación física, que no está al alcance de cualquiera. No es resultado de un juicio, ni se llega a ella por medio de reglas. No se puede explicar: la poesía respira vida, se siente o no se siente (“la rosa es sin porqué, florece porque florece” – Angelus Silesius-). 

‘Escuchar o leer poesía nos hace sentir placer estético y hace que conectemos con nuestro interior y con la subjetividad del alma del poeta’

Elena Amiguet. Filóloga y profesora de Magisterio en la Universidad CEU Cardenal Herrera 

El placer que se experimenta al leer un poema, como cuando se contempla una obra de arte, no proviene de la reflexión profunda, sino de los sentimientos y sensaciones que esta nos produce. Sin embargo, la idea de placer obligatorio es en sí una idea absurda -tanto valdría hablar de felicidad obligatoria- y, en un mundo en el que prima la utilidad, trataremos de desvelar algunos de los beneficios que, además de los estéticos, nos brinda la poesía. 

Investigaciones realizadas por neurocientíficos de la Universidad de Exeter, tras escanear el cerebro de un grupo de participantes mientras leían textos poéticos, descubrieron que se estimulaban las zonas del cerebro vinculadas con la memoria, que se activarían cuando estamos meditabundos, relajados o ensimismados, generando así mayores reservas cognitivas en el cerebro. 

¿Cuestión de ritmo? 

Por otro lado, hay estudiosos que insisten en el carácter oral de la poesía; así, la percepción auditiva del poema lírico es la forma más adecuada a su naturaleza rítmica y musical. Incluso en la lectura silenciosa podemos notar que sintonizamos con los efectos sonoros de los versos, que resuenan dentro de nosotros. La cadencia musical es lo esencial en la poesía y no puede existir sin ella. En este sentido, investigaciones realizadas por del instituto Max Plank de Estética Empírica de Frankfurt concluyeron que la poesía genera un estado de placer que llamaron “pre-chill”, una reacción emocional in crescendo, que comienza hasta 4 segundos antes de percibir un escalofrío, que se habría sentido hasta en el 77% de los voluntarios que participaron en el estudio. 

El ritmo es el centro motor, el corazón de la poesía. Por ello, el lenguaje lírico provoca los mismos efectos anímicos que la música nos produce. La melodía poética se percibe en el color de las vocales, en la dureza o suavidad de las consonantes, en las coincidencias onomatopéyicas, etc. Cada verso, cada estrofa es única en sí -como lo es cada canción- y, a la vez, cada lector siente y experimenta, ante un mismo poema, sensaciones diferentes. 

La poesía es lenguaje, es comunicación y expresividad. Y es en el texto lírico donde la función poética del lenguaje prevalece sobre ninguna otra: el ritmo, el sonido, la rima, las pausas, la entonación, adquieren valor estético por sí mismos, por sus virtudes fónicas y sonoras. La forma poética versificada es un elemento de estetización nada despreciable, que nos inspira, fomenta nuestra creatividad y agudiza nuestro pensamiento, nos lleva al ensoñamiento y a la fantasía a través de las figuras retóricas y los juegos de palabras. 

En definitiva, escuchar o leer poesía nos relaja y nos emociona, nos genera introspección, nos hace sentir placer estético y hace que conectemos con nuestro interior y con la subjetividad del alma del poeta. 

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