El profesor de Antropología Filosófica de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Castellón, Jaime Vilarroig, aborda en este artículo el problema deseducativo que comporta un mal uso del teléfono móvil

Haga, por favor, un sencillo experimento: mire a su alrededor y cuente la cantidad de personas con las que se cruza que o bien van mirando el móvil o al menos lo llevan en las manos. Se sorprenderá del número de ellas que ya no le miran a la cara, sino que prefieren centrarse en esa pantallita que les reclama continuamente la atención. La tremenda distopía de Her (Spike Jonson, 2014) ya es real.  

Pero el tema del que quería hablar no era del carácter invasivo del teléfono móvil, que definitivamente se ha adueñado de nuestras vidas. De lo que quería hablar es del problema deseducativo que plantea el mal uso del teléfono.   

‘Si el niño no aprende a gestionar el tiempo que va desde que tiene ganas de algo al momento en que dicho deseo se cumple, sencillamente nunca se hará adulto’

Jaime Vilarroig, profesor de Antropología Filosófica en la Universidad CEU Cardenal Herrera de Castellón

El ser humano requiere tiempo de maduración, la vida requiere tiempo, el aprendizaje requiere tiempo. Y el teléfono, en cierto sentido, ha supuesto el acortamiento del tiempo que media entre el deseo y el cumplimiento del deseo. Ha posibilitado que el tiempo prácticamente haya desaparecido entre el anhelo y su satisfacción.   

Piense en la cantidad de cosas que tiene a mano gracias al teléfono: comida, bebida, relaciones, ocio… Muchas de estas cosas se pueden hacer reales gracias al teléfono. Por ejemplo, comprándolas (una hamburguesa, el plano de una ciudad…); otras se pueden hacer reales encontrando a personas que las hagan posibles (un cocinero, un guía turístico o un maestro). Pero si las cosas reales no están al alcance de la mano, las virtuales pueden ser tanto o más interesantes que las reales. Preferir la idea que yo me hago de algo a la realidad en sí misma es algo tan habitual que hasta se le ha dado un nombre clínico: síndrome de París

Esclavos de la inmediatez

Pero ¿qué problema hay? ¿No es bueno encontrar satisfacción inmediata? 

El ser humano tal y como lo conocemos es el triunfo de la voluntad sobre las ganas, los objetivos a largo plazo sobre los deseos inmediatos, las grandes realizaciones del espíritu sobre la materia. Dicho de otro modo: si el niño no aprende a gestionar el tiempo que va desde que tiene ganas de algo al momento en que dicho deseo se cumple, sencillamente el niño nunca se hará adulto. Y los adultos, cuando no sabemos esperar a que nuestras ganas se satisfagan, nos comportamos como niños. Pero lo que el teléfono hace, precisamente, es suprimir este tiempo de espera.   

Importantes experimentos diseñados por psicólogos como el estudio Dunedin demuestran que si un niño no sabe postergar las ganas de comerse un simple caramelo, cuando sea mayor le será difícil gestionar los cuatro largos años de una carrera que requiere codos, la tediosa cotidianeidad del trabajo diario que permite llevar pan a la mesa, o sencillamente el tiempo que conlleva cultivar cosas tan esenciales como el amor.  

El teléfono es útil y valioso, pero conviene saber usarlo para que ni nosotros ni nuestros hijos sean esclavos de la inmediatez.  

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