Una entrevista de Gonzalo Escrig / Imagen: Editorial Contraluz
Con El rey de bronce, el autor valenciano salta al thriller contemporáneo para orquestar un plan maestro de falsificación que desafía la tecnología del siglo XXI.
Inspirado por una de las estafas artísticas más audaces del siglo XX, Javier Alandes abandona la novela histórica para adentrarse en el vértigo del thriller contemporáneo. En El rey de bronce, una intriga de falsificaciones, subastas clandestinas y museos globales, el autor plantea una pregunta tan inquietante como fascinante: ¿puede la inteligencia humana burlar los sistemas de autenticación más sofisticados? Con una estatua de Alejandro Magno como pieza central, Alandes construye un relato vibrante donde el arte, el engaño y la emoción se dan la mano.
¿Qué le llevó a reflejar en esta novela el choque entre lo clásico y lo contemporáneo?
Toda la novela está inspirada en la historia real de Han van Meegeren. Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, en Austria, los Aliados descubrieron unas minas de sal donde los nazis escondían 6.000 obras de arte saqueadas. Entre ellas, apareció un supuesto cuadro inédito de Johannes Vermeer, Cristo y la adúltera, vendido a Hermann Göring. Cuando arrestaron a Van Meegeren, él sorprendió al tribunal diciendo que no era un Vermeer, sino una falsificación pintada por él mismo. Lo demostró pintando otro cuadro en la cárcel. Mi pregunta fue: «¿Hoy, con toda la tecnología actual, sería posible algo así?». Y de ahí nació la novela.
¿Y por qué decidió trasladarlo a un objeto como una estatua griega?
Quise ir un paso más allá. No solo un cuadro, sino una estatua de bronce del siglo IV a.C. que representa a Alejandro Magno. La complejidad técnica y la autenticación en pleno siglo XXI hacen el reto aún más interesante.
«una obra sea falsa, si consigue emocionar, ¿no sigue siendo arte? Ese es uno de los dilemas que exploro»
Sus novelas siempre muestran un gran trabajo de documentación. ¿Qué aspecto de esta historia real fue el que más le marcó para construir la trama?
La gran pregunta: ¿sería posible hoy falsificar con éxito una obra así? Eso me llevó a pensar en todo un plan, tipo Ocean’s Eleven, donde el protagonista, Lucas Santamarca, debe fabricar una estatua inexistente y venderla al tercer museo más importante de Estados Unidos.
¿Y cómo logró construir a Lucas Santamarca? ¿Qué retos tuvo al crear su psicología?
Fue un gran reto. Tenía que ser alguien mucho más inteligente que yo. Un estratega capaz de diseñar un plan mundial, donde cada miembro de su equipo supiera solo una parte. Además, debía ser alguien con quien el lector empatizara, como sucede en La Casa de Papel: apoyamos al protagonista porque lucha contra instituciones poderosas y lo hace sin violencia, solo con inteligencia.

En su novela plantea una pregunta interesante: ¿dónde trazamos la línea entre el arte y el engaño?
Hoy en día, falsificar arte no solo requiere talento, sino también mucho dinero. El arte falso es uno de los cinco mercados ilícitos más grandes del mundo. Y se estima que el 30 % de las obras expuestas podrían ser falsificaciones o atribuciones erróneas. Aunque una obra sea falsa, si consigue emocionar, ¿no sigue siendo arte? Ese es uno de los dilemas que exploro.
Se nota que la novela tiene mucho ritmo. ¿Cómo trasladó ese dinamismo, propio del cine, a la narrativa?
Estudié mucho el género. Hay dos tipos de historias de robos: una, donde no sabemos el plan y lo vamos descubriendo (como Ocean’s Eleven), y otra donde conocemos el plan, pero todo empieza a salir mal (The Italian Job). Aquí elegí la primera opción: que el lector descubra el plan a la vez que avanza la historia. Eso exige ser muy preciso al escribir, dejando pistas sutiles sin sobre explicar.
¿Por qué le atrae tanto el mundo del arte como eje de sus novelas?
Primero, porque el arte me gusta, aunque no sea historiador. Me transmite paz. Y segundo, porque las grandes obras son patrimonio de todos. Cuando pones en juego algo como una estatua de Alejandro Magno o un cuadro de Goya, el interés del lector se despierta automáticamente.
«La IA debería ser una herramienta para fomentar voces originales, no para clonar otras»
¿Cree que en el mundo del arte contemporáneo sigue siendo imprescindible el talento humano, o la tecnología empieza a dominarlo todo?
El talento sigue siendo esencial. Las herramientas, como Photoshop o la inteligencia artificial, ayudan, pero no sustituyen la creatividad. Puedes tener Photoshop, pero eso no te convierte en diseñador. Del mismo modo, crear una falsificación artística perfecta hoy en día requiere muchísimo talento humano.
¿Y qué opina del fenómeno actual donde se utiliza IA para imitar estilos como el de Studio Ghibli?
Si hablamos de una foto personal transformada en estilo Ghibli, me parece un homenaje. Pero si alguien genera una película entera copiando ese estilo sin crear nada nuevo, ahí sí estaríamos ante una copia, no un tributo. La IA debería ser una herramienta para fomentar voces originales, no para clonar otras.
Para ir cerrando, ¿qué le ha demostrado esta novela como autor?
Me ha demostrado que soy capaz de salir del patrón clásico de mis anteriores novelas históricas y llevar una historia de arte al mundo contemporáneo. Era un reto personal: evolucionar sin perder mi esencia. Y estoy satisfecho con el resultado.
¿Puede adelantarnos algo de su próxima novela?
Te puedo dar un titular: el robo de La Gioconda en 1911. Fue el robo que realmente la convirtió en un icono mundial. La gente iba al Louvre no a ver la Gioconda, sino el hueco que había dejado.