Sergio del Molino: «España consiguió el paso a la democracia en tiempo récord gracias a la personalidad de los políticos que estaban en ese momento»

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Informa Gonzalo Escrig y Laura Fargueta / Imágenes: Jeosm y G.E

Hubo un momento en que toda España quería acostarse con Felipe González. Corría el año 1982, Franco llevaba siete años muerto y ahora tocaba hacer que el país funcionase. El joven González se había convertido en un mito dentro y fuera del país, y la victoria se podía saborear. «Felipe, capullo, queremos un hijo tuyo» se reveló como el eslogan involuntario de aquellas elecciones que cambiarían, para siempre, la historia de nuestra democracia. Ahora, cuarenta años después de aquella mayoría absoluta, el periodista Sergio del Molino se mete de lleno en el barro para analizar, desde un punto de vista literario, la figura política más importante de nuestra democracia y demostrarnos que Felipe González sigue estando, muy presente, en la vida de los españoles. ¿Cómo llegó Felipe González a ser líder indiscutible del Partido Socialista Obrero Español? ¿Qué le llevó hasta la Moncloa? ¿Qué precipitó su caída? Todas estas preguntas encuentran respuesta en este nuevo libro lleno de actos humanos. EL ROTATIVO ha podido conversar con este joven periodista, ganador del Premio Cálamo, sobre la figura de Felipe González, la persistencia de la memoria y la compasión política.

¿Qué fue lo que le empujó a escribir una novela centrada en la figura de Felipe González?

Felipe González es la figura histórica más importante del siglo XX en España. Es el personaje que propicia el mayor cambio favorable que ha habido en la historia de España y es una figura indispensable para poder entender el país en el que vivimos hoy. Todo esto no es obvio para mucha gente, ya que se trata de una persona polémica: sigue viva y, por tanto, no solo es una figura histórica, sino también un personaje de actualidad. Por eso, muchos españoles tienen opiniones divididas y encontradas sobre su figura, no existe un consenso histórico. Esto lo convierte en un personaje muy interesante para construir un relato literario, antes de que la historia venga a confirmar lo que dentro de unos años serán lugares comunes históricos.

¿Cuáles cree usted que fueron las causas de su triunfo en las elecciones de 1982?

Son muchas las causas, pero la fundamental es el lema que él improvisa en la campaña electoral. Durante un debate televisivo, José Oneto le pregunta que en qué consiste su proyecto. Él responde: «Que España funcione». Esas tres palabras son las que le catapultan a la mayoría absoluta, ya que dirige estas palabras a un país en el que la gente está harta de que nada funcione. Es un país que acaba de atravesar un golpe de Estado, con un gobierno que ha estado inoperante durante mucho tiempo, con una democracia que no termina de arrancar. España es, en ese momento, un país en el que todo funciona mal: con carreteras bacheadas, sin infraestructuras, muy retrasado con respecto a Europa. Lo que prometía Felipe González era equiparar España a Europa, que es lo que quería la mayoría de la sociedad española y lo que hace que su triunfo sea arrollador, con 202 diputados.

Afirma usted que «el orgullo, la paciencia, el narcisismo o la discreción de quienes gobiernan influyen en el curso de la historia». ¿De qué manera influyó el mandato de Felipe González en nuestra democracia?

Influyó en muchos aspectos, pero el principal, el que le permitió consolidar una democracia avanzada en tiempo récord, fue su firmeza. Tiene un poder fuerte, y lo ejerce incluso contra su propia tradición ideológica. Está dispuesto a desilusionar a la UGT, al grueso de su partido político, a sus propios ministros, a sus propios amigos… Está dispuesto a hacerlo todo porque no se arredra en ningún momento. Esto permite que, en poco tiempo, el gobierno pueda tomar una serie de reformas muy duras y muy impopulares, incluso a la contra de su propio proyecto, que permiten que la economía española se modernice en tiempo récord. Con otro gobernante con más reparos, esto no habría sido posible. Pongamos por ejemplo al presidente anterior, Calvo-Sotelo, que ni siquiera se atrevía a devaluar la peseta. Con otro gobernante más flojo, la democracia hubiera tardado mucho más en asentarse, pero Felipe González recibió un poder enorme y lo usó, y eso ha permitido tener el país que tenemos.

Se dice que la Transición española fue un caso único: somos, para muchos, un país que logró “transitar” de una dictadura a una democracia sin que mediase la violencia. ¿Hasta qué punto es esto cierto?

Es totalmente cierto, con la salvedad de que la sociedad española se mantuvo durante mucho tiempo bajo la sombra de ETA, que fue un resabio de aquella violencia y de aquellos años políticos. Es un conflicto que no consiguió resolverse ni durante la transición ni en años posteriores. Con esa salvedad —que es una salvedad importante y grave, que condiciona mucho los gobiernos y la vida democrática en España— la transición consigue en muy pocos años pasar de la última dictadura atroz que había en Europa occidental a una democracia avanzada, equiparable a cualquier otra democracia de la Europa occidental. Esto sucede en un plazo de tres años: muere Franco en noviembre de 1975 y tres años y un mes después se aprueba una constitución con una amplia mayoría, una constitución moderna que establece una democracia con amplias libertades y equiparable en todo, jurídicamente, a cualquier democracia avanzada del entorno. Es un milagro que no ha sucedido en casi ninguna sociedad. Las sociedades suelen tardar mucho más en encontrar la vía de escape hacia la democracia, solo hace falta mirar a Argentina, y España consiguió el paso a la democracia en tiempo récord gracias a que se conjugaron muchos factores, entre ellos, y no menos importante, la personalidad de los políticos que estaban en ese momento al mando.

No se olvida usted de mencionar la lucha armada contra ETA en reiteradas ocasiones. ¿Cree que la historia está siendo justa con las decisiones tomadas por Felipe González para intentar acabar con el terrorismo en España?

Creo que la sociedad española ha demostrado una sensibilidad mucho mayor que otras sociedades con la política y acciones antiterroristas y con la manera en que el Estado ha reaccionado a una amenaza tan seria como el terrorismo. Otras sociedades han sido bastante menos críticas y no han tenido el debate que sí ha existido en España y que todavía existe. Esto ha llevado a que, probablemente, se sobredimensione en el legado de Felipe González la parte relativa a la lucha antiterrorista y que eso lastre absolutamente todo lo demás, algo que no ha sucedido con otros líderes. Es en parte verdad que los escándalos de los GAL fueron instigados por la venganza de un juez y por una conspiración mediática, que intentaron utilizar todo eso para tumbar el gobierno. Es verdad que hubo un ruido que en otros países no existió y que tuvo un efecto secundario: sensibilizar a la población española sobre un tema que en Francia o Reino Unido no existe. Nadie le reprocha a Thatcher «cargarse» a terroristas del IRA. Aquí sí existe una condena moral casi unánime de toda la sociedad y creo que eso habla muy bien de la enorme calidad de la democracia española. Se puede entender el sentimiento de agravio que pueden tener Felipe González y otros presidentes, pero también creo que es positivo el escrutinio que la sociedad española ha hecho con ese tema. Aunque también es injusto que sea lo más llamativo de su mandato.

Usted afirma que no se considera un nieto de la Guerra Civil, sino un hijo de la transición. No obstante, la Guerra Civil y la dictadura continúan estando muy presentes en el día a día de los españoles. ¿A qué cree se debe esta pervivencia en la memoria colectiva?

Nos gusta mucho resucitar las cosas. Es verdad que en los años 80 no estaba tan presente la Guerra Civil. De hecho, surge a finales de los años 90, que es cuando empieza todo el movimiento memorialista. Al final, este proceso es muy parecido al que surgió en Alemania, Italia y Francia. Todos los países tienen, como dice el historiador Álvarez Junco, un pasado sucio. Y a la sociedad española le ha sido muy difícil de digerir. En el momento en el que se instaura la democracia se impone un periodo de olvido que es necesario para no desmantelar el país por completo y poder así seguir adelante. Pero una vez la democracia está asentada, se imponen, evidentemente, muchas preguntas que no se han respondido y cuestiones de justicia elemental que tienen que ver con los derechos humanos, como son las fosas comunes. Todo esto tiene que ver con la dinámica de una sociedad democrática que se pregunta sobre sí misma y debate sobre su propia historia. Los nietos son los que se preguntan «¿Qué diablos habéis hecho?» e interpelan a los padres. Pero más allá de eso, en España hay una romantización. Simplemente, porque se romantiza y se idealiza la violencia política.

En el libro no elude hablar de la relación de Felipe González con dictadores como Omar Torrijos Herrera. ¿Qué le podía atrer a González de estas figuras autoritarias? 

Es una conexión más primaria y sentimental que política. Tienen una afinidad viril. Son tíos que fuman puros, que duermen en hamacas… Más que conexión política, lo que encuentra con ellos es una conexión de amistad, de sintonía cultural, porque se siente en su casa. Él es plenamente consciente de que son dictadores, y eso lastra mucho la relación que tienen, pero no la impiden. Y de Omar Torrijos en concreto, creo que aprende el ejercicio del poder. Aprende la importancia que es ejercer el poder, porque un proyecto político que no tiene poder no sirve para nada. Yo puedo ejercer influencia, ser líder de un partido importante, dar discurso… Pero si no ejerzo el poder, nada de esto sirve. Y eso lo aprende de estos señores, que no tiene ningún problema en ejercerlo.

Benito Pérez Galdós inauguró un género literario con el libro ‘La de los tristes destinos’: la compasión política. ¿’Un tal González’ pertenecería a este género?

Ojalá. Desde luego es un libro que intenta comprender, y Galdós hizo eso cuando se puso frente a Isabel II, ya en su exilio, y la retrata con una conmiseración impresionante. A mí me gustaría que mi libro se insertase dentro de esa tradición, la de intentar comprender a esa persona y saber cuáles eran sus motivaciones.

Siempre se ha hablado del poder de atracción que desprende Felipe González hasta el punto de hablar del culto al líder: ¿Se ha convertido al felipismo?

Me hubiera convertido si existiera. Pero ahora mismo no tiene ningún sentido. Esto es como defender cualquier corriente política que ya ha muerto, no tiene ningún sentido. Pero sí que me siento muy fascinado por el personaje, sobre todo desde el lado literario. Y cuantas más vueltas le doy, más fascinante y oscuro me parece. Desde un punto de vista literario me postro ante él, y creo que he escrito un libro muy a favor, como creo que se deberían escribir este tipo de libros. No tendría sentido hacer un libro de demolición porque cuando tú intentas comprender a alguien tienes que ponerte de su parte, no hay otra. Así que podríamos decir que lo mío es una conversión literaria, que no política.