La Fundación Bancaja acoge la obra de Francis Bacon

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Lucía Gómez / 4º Periodismo

La Fundación Bancaja de Valencia acogió hasta el 15 de octubre la exposición del artista británico Francis Bacon (1909-1992) bajo el nombre La cuestión del dibujo, para conmemorar el 25 aniversario de su muerte. La obra llegó a la capital del Turia justo después de su paso por el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

La muestra abarca cincuenta y ocho piezas de dibujo – muchas de ellas de gran tamaño y color- sobre papel a lápiz, cera y collage, de las más de setecientas pertenecientes a la obra Francis Bacon Foundation of the Drawings donated to Cristiano Lovatelli Ravarino (fechada y firmada entre 1977 y 1992), que el propio pintor regaló a su amigo, el periodista Cristiano Lovatelli. Sin embargo, durante años se dudó de la autoría de sus ilustraciones e incluso se llegó a negar que supiera dibujar. Ahora, después de que se confirmara la autoridad de la firma, la obra del británico se ha revalorizado.

Esta colección, comisariada por el crítico de arte y profesor de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Autónoma de Madrid, Fernando Castro, recorre los temas que obsesionaron durante toda su carrera a Bacon. A primera vista, se observa uno de los más evidentes, las crucifixiones, que para el artista representan al hombre como animalidad. De hecho, en sus dibujos se aprecia la fascinación  del británico por la idea del cuerpo hecho carne que rompe con la armonía.

El pintor expresa con dibujos su particular visión de la vida y en especial, del ser humano, de modo que basa su producción en la representación obsesiva del cuerpo del hombre. Su arte, figurativo y de deformación pictórica, es definido por los críticos como “original, provocativo y ambiguo en la intencionalidad”, ya que muestra el concepto de la mente humana a través de figuras que expresan un gran dolor.

Al caminar entre la exposición también se constata otra de las mayores obsesiones de Bacon: los papas, que componen un bloque completo de la obra.  El origen de esta idea recurrente a lo largo de su trayectoria es el cuadro del Papa Inocencio X, pintado por Velázquez y que Bacon consideraba uno de los mejores del mundo. Tanto fue así, que intentó reproducirlo en numerosas ocasiones, según él todas infructuosas, pero nunca se atrevió a observarlo en persona debido al respeto que le infundía.

Por otra parte, las figuras sentadas y los retratos constituyen el resto de las agrupaciones más importantes de la exposición, donde se observan rostros, cuerpos y figuras desmembradas y expuestas desde distintos ángulos. Con ello, Bacon trató de expresar la vida y la muerte de una forma trágica, al representar la fragilidad humana por medio de su autodestrucción.

El propio artista afirmó, como se lee a la entrada de la exposición: “Me gustaría que mis cuadros se vieran como si un ser humano hubiera pasado por ellos como un caracol, dejando un rastro de la presencia humana y de la memoria del pasado, igual que un caracol va dejando su baba”.