El fútbol americano llega a Valencia

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María Álvarez Calatayud / 4º Periodismo

El cauce del río Turia  conforma un microcosmos lleno de pequeñas historias. Hay una que destaca sobre el resto y es que a media altura del cauce, un grupo de personas te invita a sentirte norteamericano por unas horas. “Este deporte no tiene seguidores en España, sólo es un hobby”, cuenta Paco. Él es jugador de los Valencia Giants de fútbol americano por afición y abogado de profesión.

Rodeado de amigos y familiares, cada dos fines de semana, un grupo de amigos se reune para jugar un partido. Entre chillidos de dolor,  y palabras que mascullan en un idioma a caballo entre el inglés y el castellano, va discurriendo un partido que poco a poco va atrayendo la atención de los que por allí pesean. Al fondo del campo, tras la línea de ‘touchdown se encuentra un bar que está hasta los topes de familias que no tenían pensado más que tomar algún refresco y disfrutar del sol pero que, atraídos por el espectáculo, fijan su atención en el partido poniendo caras de dolor con cada placaje y aplaudiendo con cada acción del equipo local. “Hay que estar loco para jugar a fútbol americano y más aún para madrugar y venir a verlo” , explica Lucía mujer de un jugador.

Alrededor del campo empiezan a llegar niños que hasta hace un momento se encontraban jugando a fútbol europeo y que con el balón, improvisan para jugar al deporte que acaban de descubrir.  Tan pronto uno de los niños imita en exceso a los jugadores y propina un golpe a otro,  descubren que el fútbol de toda la vida se adapta mucho mejor a sus necesidades y abandonan la práctica del americano.

Tras dos horas de partido al sol, sin una sombra en la que cubrirse, los árbitros pitan el final. El Valencia Giants ha perdido por más de treinta puntos pero no importa, nadie llora, nadie se cabrea en la grada, todo lo contrario, sonríen y aplauden porque la máxima de divertirse aquí sí se cumple. Los jugadores antes de marcharse a los vestuarios, forman un corro y como si fuese una tribu indígena empiezan un ritual de baile en el que uno por uno dan la vuelta al círculo golpeando el casco de todos. “Con este deporte puedes sentirte americano por un día”, cuenta Jaime, encargado de animar con su música el partido, narrar lo que sucede en el campo y de vender camisetas del club a todo el que se acerque a 5 metros de él.

Tras la ‘batalla’, en el campo ya sólo quedan botellas vacías y envoltorios de bocatas, son el único recuerdo de que allí 22 hombres se han reunido, han disfrutado como niños y se han golpeado  como bestias. Con el final del partido se terminó la mañana en el río, llegó la tarde y sin duda este microcosmos tendrá más historias que contar.