Los antiguos alumnos de la Misericordia rememoran su niñez

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El organizador del encuentro destaca que allí aprendió el valor de la amistad y el saber compartir

Miracles Hernández / 4º Periodismo

Corría en año 1954 cuando el colegio interno para niños huérfanos y procedentes de familias con pocos recursos Casa de la Misericordia abría sus puertas en la ciudad de Valencia. Un total de 700 niños se alojaban de forma permanente en este centro donde recibían formación académica y humana hasta que cumplían los 18 años rodeados de profesores, sacerdotes, cocineras y personal de limpieza.

El padre Fernando, en clase.
El padre Fernando, en clase.

En la actualidad, 58 años después, los antiguos alumnos de esta desaparecida institución se reunieron el día 3 con el objetivo de, según explica el organizador, Vicente Mateu, “rememorar momentos entreñables y reencontrarse con auténticos amigos”.

Y es que Mateu llegó a este albergue masculino en 1966, con tan sólo 10 años, y fue allí donde descubrió los valores de la amistad y la importancia de saber compartir. “Los amigos que hice aquí son personas formidables con las que puedo contar siempre”, explica.

El valenciano Ismael Sánchez también conserva “muy buenos compañeros” tras su paso por la institución. Llegó cuando contaba con 6 años de edad y, entre los principios que aprendió, destaca el “saber dar un paso atrás, defender al más débil y luchar por lo que uno quiere sin importar la energía y el tiempo que sea necesario emplear”.

Por su parte, el padre Fernando, profesor y director del centro entre 1964 y 1969, confiesa que “jamás” ha podido olvidar esta experiencia en la Casa de la Misericordia, donde asegura que fue la persona “más feliz del mundo porque había muchachos a quienes había que ayudar”. “Representa media vida de lucha dedicada a la gente necesitada”, señala.
Asimismo, José Miguel Romero, antiguo profesor de la institución, recuerda que tenía 35 alumnos en clase y el día en el que se llevó a un alumno a su casa para que pasara la Navidad porque no tenía familia. Y las hermanas Lozal Fernández, hijas del fallecido casero de la entidad, rememoran emocionadas lo felices que fueron al compartir su niñez junto a unos niños a los que consideran sus hermanos.

La vida en la institución
El día en la Casa comenzaba temprano. A las 7:30 horas, las palmadas de un sacerdote despertaban a los setenta niños que albergaba cada una de las amplias habitaciones. Tras lavarse la cara, vestirse y hacerse la cama, acudían a misa y después a desayunar un café con leche y un trozo de pan. El resto de la jornada transcurría entre las aulas y la biblioteca. El día más especial era el domingo porque recibían la visita de sus padres.

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