Un artículo de María José Pou desde Vaticano
Los ciudadanos de Roma, aquellos que pueden acercarse a la plaza de San Pedro durante el cónclave, se enteraron de que había nuevo Papa por la fumata blanca y por las campanas de la Basílica que tocan en cuanto empieza a salir el humo de la Sixtina. Sin embargo, el resto del mundo conoció la noticia por los medios de comunicación: la televisión, Internet, las radios o y los periódicos fueron los encargados de difundirla en segundos por todo el globo. De hecho, la Sala Stampa de la Santa Sede maneja la cifra de 5.300 periodistas acreditados para seguir el cónclave, aunque algunos la elevan hasta más de 7.500. En cualquier caso, el doble de los que vinieron al cónclave que eligió a Francisco. Medios de todo el mundo y de todo tipo y línea editorial se han dado cita aquí para informar de lo que sucedía en Roma y, este año, además, se han sumado “influencers” y “tiktokers” que llenaban de móviles la Plaza de San Pedro junto a los miles de turistas y peregrinos.
Pero el Vaticano y la Iglesia en general constituyen un entorno que tiene no solo su propio léxico y ritmo, sino también claves particulares que deben conocerse para las dos tareas principales de los periodistas: interpretar y contar. Lo hemos constatado en el cónclave cuando decenas de comentaristas y tertulianos analizaban señales, pronósticos y resultados. Y, al final, el cónclave que se anunciaba largo, por los enfrentamientos entre cardenales conservadores y progresistas, duró lo mismo que el de Ratzinger donde no parecía que hubiera discusión con el principal candidato. Poca división hay cuando los cardenales se ponen de acuerdo en un solo nombre con una mayoría abrumadora de dos de cada tres votos en apenas 24 horas. Del mismo modo, los que parecían muy enterados de los entresijos internos del cónclave a pesar del secreto secretísimo y que anunciaban a este candidato y al otro, no vieron venir la llegada de León XIV, aunque su perfil encajara con las necesidades de la Iglesia, la línea del Papa Francisco y la situación del mundo actual. Es la diferencia entre profesionales preparados, documentados e interesados en conocer su trabajo y aquellos que se limitan a leer un dossier y un listado de tips antes de entrar en directo.

El periodismo religioso es un ámbito muy especializado porque la realidad de la que habla no se limita a una sola religión, aunque en España la mayoría de la información religiosa se refiera al catolicismo ya de por sí amplio y complejo. Sus componentes, sus claves, sus protagonistas, su historia y su presente son contenidos que, en ocasiones, resultan de difícil acceso para aquellos que nunca han tenido contacto con ellos. En el caso de la información sobre la Santa Sede, además, existe un tipo de periodista especial que se conoce como “vaticanista”, el que está especializado en la información sobre el Vaticano, justo el profesional que más se necesita cuando llega un cónclave. Entre los vaticanistas destacan los italianos que, a menudo, tienen acceso a fuentes difíciles y reacias a dar información. A esos miran quienes aterrizan aquí de “outsiders” solo durante unos días y sin preparación específica.
Informar sobre el cónclave supone no solo conocer el procedimiento de elección del Papa en un gráfico y tener el listado actualizado de cardenales sino también saber qué es un Papa, cómo ha sido el pontificado anterior, cómo se relaciona éste con los últimos o cuáles son los retos que tiene por delante la Iglesia. Implica, también, disponer de fuentes que hayan sido tratadas con anterioridad para confiar en su fiabilidad, fuentes habituales sobre asuntos religiosos. No quiere decir solo un responsable de la Curia o directamente un cardenal elector, sino también una persona bien formada en Derecho Canónico o en Eclesiología, que conozca muy bien la Iglesia por dentro y que, además, sepa quién es quién y cuáles son los entresijos de cada departamento o de cada asunto que se trata en el Vaticano. En este cónclave, a diferencia de los anteriores, era relativamente fácil tropezar por la calle con uno de los cardenales, dispuesto a contestar unas preguntas a los periodistas pero se trataba de fuentes compartidas con al menos una decena de medios que se arremolinaban alrededor. Por último, implica estar muy atento a los rumores y las especulaciones que circulan durante esos días, tanto en el tiempo de encierro en la Capilla Sixtina, como en el anterior, esto es, durante las reuniones de cardenales en las Congregaciones.

Es el tiempo más delicado porque hay quien pretende influir en las votaciones a base de lanzar relatos laudatorios o infundios de su candidato o del contrario, respectivamente. La garantía de que eso no afecta es tener muy buen conocimiento personal, prolongado en el tiempo y profundo de la realidad de la Iglesia y de la Santa Sede. En este cónclave, por ejemplo, lo hemos visto con imágenes que mostraban al cardenal Tagle cantando “Imagine” de Lennon o haciendo un baile en un vídeo de Tiktok, para quemarlo, o con aquellas que reflejaban la gran tarea del cardenal Pizzaballa en Jerusalén, para auparlo a la Sede de Pedro. De hecho, una televisión italiana desplazó a un equipo a la casa de la madre del Patriarca de Jerusalén durante las fumatas para grabar su reacción si salía elegido. Al final, retransmitió las lágrimas maternas cuando el Protodiácono anunció al cardenal Prevost.
En definitiva, en la cobertura del cónclave hay que plantear las exigencias de preparación, ética y profesionalidad que esperamos de los periodistas en otros grandes eventos, unos Juegos Olímpicos, el acceso al trono de un monarca o unas elecciones norteamericanas. Con la diferencia de que, en este caso, es un evento de mayor dimensión periodística por su infrecuencia. A Dios gracias.