Una crónica de Borja Gregori / Imágenes: Paula Hernández
Ocho y treinta de la mañana. Valencia está amaneciendo para vivir el maratón más especial. La élite hace poco más de un cuarto de hora que ha salido desde la plaza Maratón con cruce con el puente de Montolivete. La piel de gallina. Faltan dos minutos para culminar seis meses de preparación tanto física como nutricionalmente. Suena el himno regional de la Comunitat Valenciana. Caras de concentración en los miles y miles de corredores que están a mi derecha e izquierda. Junto a mí, un señor. Los dos comenzamos a cantar aquello de «Valencians, en peu alcem-se» mientras los demás estaban estirando las piernas y se mentalizan antes de arrancar. Comenzamos a emocionarnos. Tras ello, suena el tradicional «Libre» de Nino Bravo y con ello, arranca el maratón para mí. Así explicaría los cinco minutos previos antes de mi tercer maratón y, probablemente, el más especial en la Ciudad del Runing, porque sí, Valencia corría por Valencia.
El objetivo era claro. Romper la barrera de las tres horas o lo que es lo mismo, correr los más de 42.000 metros a 4:15 minutos el kilómetro, una media de 14 a la hora. Tocaba sufrir mucho y más sabiendo que ese ritmo es muy complicado de mantener durante tanto tiempo para un atleta amateur. Pese a que en la ciudad no había el ambiente festivo de los otros años, Valencia se vistió con sus mejores galas para homenajear a las personas y localidades afectadas por la DANA.
Hacía poco más de un mes que la DANA provocó la mayor inundación de los últimos cien años. Y tras valorar el aplazamiento o la suspensión de la 44ª edición del Maratón Valencia Trinidad Alfonso Zurich, la organización decidió que, en la ciudad de los récords, se iba a batir el récord de la solidaridad. Y así fue.
Corrimos por todos los que no pudieron correr y por los que ya no están. De hecho, pese a no lograr el récord del mundo, Sabastian Sawe, ganador de la carrera con un tiempo de 2:02:05 logró la mejor marca mundial del año arrebatándole el tiempo al maratón de Tokio. En la categoría femenina, la vencedora fue Megertu Alemu con un tiempo de 2:16:49. A estos dos grandes tiempos, el masculino el quinto mejor de la historia, también se logró también once récords nacionales. Ahí está el dato, pero el más importante de ellos fue los 189.622 euros recaudados para reconstruir infraestructuras deportivas y apoyar al deporte base en las zonas dañadas.
Los kilómetros iban pasando y pese a no tener graves percances, llegó el kilómetro 28. Cerca de las Torres de Serrano mi estómago dijo hasta aquí. Tocaba remar y sufrir, aún más si cabe, tras dos horas de carrera. Poco a poco, el sufrimiento era mayor y llegó el muro del maratón, los kilómetros donde más se sufre en la distancia. Muchos afirman que este acaba en el 33, pero yo creo que ahí es cuando comienza. Llegaba el momento decisivo. Casualmente, en esos kilómetros se encuentra mi barrio y, allí, el año pasado mis piernas me jugaron una mala pasada y tuve que bajar el ritmo. No obstante, este año pasó todo lo contrario. Comencé a encontrarme mucho mejor y logré mejorar mi ritmo promedio.
No sería hasta llegar a la calle Colón donde comencé a interiorizar que sí era posible bajar de las tres horas. Ahí, tras casi 180 minutos y más de 40 kilómetros recorridos comencé a disfrutar de la carrera porque sí, la maratón no se disfruta, se sufre y se sufre mucho. El puente jamonero ya se visionaba en el horizonte y mi cara de repente salió una sonrisa. No recuerdo mucho más de la carrera. Bueno sí, el tiempo final y los gritos de alegría. El crono paró en 2 horas cincuenta y nueve minutos y veintiocho segundos. Objetivo cumplido. El año que viene será más y mejor.