El día que Ucrania no vio llegar los misiles

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Crónica e imágenes de Juan Romero

El pasado mes de enero dos alumnos de la CEU UCH y San Pablo CEU viajaron a Ucrania y vieron y vivieron en primera persona la crudeza de la guerra. Esta es la crónica de una jornada en la que sobre Kiev volvieron a volar misiles rusos aterrorizando a la población, duramente castigada por este conflicto que el 24 de febrero cumplirá un año activo.

En una tormenta eléctrica, cuando uno espera el sonido del trueno, lo hace sabiendo que el rayo ya ha tenido lugar. El pasado 14 de enero, en torno a las nueve y media de la mañana, el sonido de tres bombas a lo lejos nos hizo, a mi compañero y a mí, entender que la situación en Kiev era mucho más tensa y crispada de lo que nos pareció días atrás a nuestra llegada.

En Ucrania es imprescindible que la población esté prevenida en caso de posibles ataques y, para ello, los ucranianos han implementado y habilitado canales de Telegram que reproducen, casi al instante, todas las novedades que hay en el frente. Unos grupos a los que solo se puede acceder por invitación y que son gestionados por los propios ciudadanos. Junto a este canal de comunicación, también es muy común entre la población tener en el móvil aplicaciones como ‘AirAlert’ que te avisan cuando la situación lo requiera. Y, en caso de que no se preste mucha atención al móvil, siempre hay una alarma que suena por megafonía en todas las calles, para que incluso los desconectados tengan tiempo de ir al refugio.

«Esperábamos ver cómo se paraba el mundo, pero nada más lejos de la realidad. Algunos caminaban tranquilamente hasta el refugio, mientras que otros salían de este, en ocasiones para volver con sillas plegables donde sentarse»

Pero el pasado 14 de enero, coincidiendo con nuestra estancia en Kiev, no se escuchó ninguna alarma, solo el sonido de tres misiles impactando al norte de la ciudad. El primero te descoloca. Sabes lo que está pasando, pero aún no llegas a creértelo. De hecho, hicieron falta dos detonaciones más para que reaccionásemos, justo en el instante en el que saltaba la alarma en nuestro móvil. A estas alturas la alarma ya comenzaba a sonar por toda la calle.

Mi compañero y yo, que pretendíamos desplazarnos a Irpin esa misma mañana, con las maletas a mano preparadas, no vacilamos en ir calle abajo, hacia la boca del metro. Si se comete la imprudencia de viajar a Ucrania en pleno conflicto como estamos, desde la embajada española siempre indican que no hay refugio más seguro en Kiev que las estaciones de metro.

En Kiev se accede a los andenes por escaleras mecánicas que descienden decenas de metros, lo que la hace del Metro el único resguardo de confianza para la población. Al descender por la calle, aún veíamos a algunas personas caminando por la acera y varios vehículos en circulación. Esperábamos ver cómo se paraba el mundo, pero nada más lejos de la realidad. Algunos caminaban tranquilamente hasta el refugio, mientras que otros salían de este, en ocasiones para volver con sillas plegables donde sentarse.

El ucraniano es un idioma difícil de entender, pero el tono de los grupos que se formaban era despreocupado, como si se tratase de algo integrado en su rutina y ya no quedase ningún resquicio del miedo que se vivió en las primeras semanas de guerra. El vaivén de gente terminó por llenar la estación de todo aquel que estuviese cerca durante la alarma.

Llegados a ese punto, todo lo que pudimos hacer fue sentarnos a esperar. Los grupos de Telegram iban escupiendo información cada poco minuto: los ataques han tenido lugar en la zona izquierda de la ciudad, se han registrado aviones Tu-95ms enemigos sobrevolando el área, permanecer en el refugio… son algunos de los mensajes que vimos. Y, gracias a estos, la población pudo mantenerse informada durante esos momentos de caos. Información, aparte de útil, que ayuda reducir el miedo durante momentos así.

En teoría, no se podía abandonar el refugio hasta que llegase un mensaje informando de que ya pasó el peligro, pero a la media hora ya se empezaba a ver a gente saliendo de la estación. Aún así, no todo el mundo reaccionaba de la misma manera. Justo el día anterior, una joven que se había desplazado de su casa en el inicio de la guerra y había estado dando vaivenes hasta llegar a Kiev, nos contaba como sufría ataques de ansiedad durante los primeros bombardeos y cómo esto había influido en su salud, llegando a pesar quince kilos menos.

«La escena era curiosa, ya que, mientras nosotros nos pusimos tensos y nerviosos por ver donde refugiarnos, la dueña del hotel nos tranquilizó diciendo que había tiempo de sobra para firmar los papeles y pagar la noche hasta que llegasen los misiles»

Sin embargo, no vimos ningún rastro de ansiedad en aquella estación. Hora y media después, informaron que era seguro salir. La terminal se vació rápidamente y la gente regresá a su vida, como si nada hubiese pasado. Más tarde aparecerían los daños. Dieciocho viviendas alcanzadas por las explosiones, por el momento sin víctimas mortales. El siguiente mensaje nos comunicó la existencia de un posible nuevo ataque durante el día, por lo que decidimos no alterar nuestros planes y continuar hacia Irpin.

El ‘checkin’ del hotel era a las dos del mediodía y la alerta por bombardeo volvió a sonar a las dos y cuarto. La escena era curiosa, ya que, mientras nosotros nos pusimos tensos y nerviosos por ver donde refugiarnos, la dueña del hotel nos tranquilizó diciendo que había tiempo de sobra para firmar los papeles y pagar la noche hasta que llegasen los misiles. Había mercado ese día y lo hubo hasta las tres y media de la tarde. Una vida “normal” en la que los niños paseando con sus padres y los jóvenes se reunían en los cafés.

En esta parte de Ucrania, mientras la mayoría se refugiaba, los dueños de los negocios y tenderos dejaban abiertos sus locales para evitar abandonarlos. Los ataques tenían lugar, masivamente, por todo el territorio ucraniano. En Dnipro, una ciudad al suroeste de Kiev, se registrarían doce muertos y sesenta y cuatro heridos ese día, tras el impacto directo de un proyectil en un bloque de apartamentos. Para todos los demás, la vida continuaba.