Juan Ramon Lucas: “He llegado a puertas que no se pueden abrir en público”

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Juan Ramón Lucas

Informa Adriana Palao / Imagen: María Villanueva

El periodista Juan Ramón Lucas, director del programa ‘La Brújula en Onda Cero, con una larga trayectoria profesional en radio, televisión y prensa, nos vuelve a sorprender en el mundo literario esta vez con la publicación de su segunda novela en Editorial Espasa Agua de Luna. Una novela en la que dos historias, que parecen distantes, confluyen sorprendentemente en un giro final que mejor descubrir por uno mismo.

Juan Ramón, en primer lugar, enhorabuena por la reciente publicación de su segunda novela ‘Agua de Luna’. ¿Cómo se siente al continuar indagando en la novela de ficción tras debutar, en 2018, con ‘La maldición de la casa grande’?

Es como haber subido mi segundo ocho mil. Siempre me gustó escribir, pero nunca me atreví a hacerlo hasta que tuve la oportunidad -hace tres años- con ‘La maldición de la casa grande’, ahora lo he conseguido por segunda vez y estoy muy contento y satisfecho. No estoy cansado porque es un ejercicio que he disfrutado mucho. Deseo que haya buena acogida del público y ya estoy pensando en la siguiente historia. Supongo que voy a seguir escribiendo si el público me acepta y me permite hacerlo.

¿Cómo fue el proceso creativo para esta novela?

Primero hubo un proceso de documentación. Partí de una pregunta que me hago como ciudadano y como padre: ¿Qué puede hacer que un adolescente de occidente sea capaz de dejarlo todo para irse a una aventura que tiene mucho de religioso y de violento, y que por muy romántica que se presente, es evidente que nunca lo será? ¿Qué hace que este chico o chica muerda el anzuelo? A partir de ahí comencé a investigar y descubrí que lo primero que se produce es una devastación en las familias y luego hay que indagar sobre las cenizas de un edificio que había. Ahí empecé a entender las motivaciones, que hay un ambiente psicológico concreto: abandono y falta de afecto, una constante que hace que chicos que no proceden de un ambiente cultural islámico religioso, den ese paso, para llegar al final donde termina la novela.

El proceso de creación me ha permitido conversar con personas de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, con gente vinculada al islam y con quienes, desde el punto de vista judicial o policial, han trabajado el tema del terrorismo islámico. Me he preguntado mucho sobre cuál es el papel de las mujeres, de los extranjeros. Todo esto me hizo crear una propia narrativa e historia que te va a reclamando documentación y en eso he empleado los dos primeros años de la novela. El tercer año fue de recreación literaria, pero siempre tratando de ajustarme a lo que sea verosímil y pueda conectar con el lector.

En ese proceso de documentación, ¿cuáles fueron las mayores dificultades que encontró?

El ámbito de la cibernética. La ciberseguridad es un territorio fundamental en la novela, y es fundamental para el desarrollo de esa ramificación perversa del estado islámico que es la captación de chicos de occidente. Es importante conocer cómo se mueven ellos en redes sociales porque lo hacen muy bien. Toda esa parte de la ciberseguridad, el ciberterrorismo, el contra ciberterrorismo, el espionaje cibernético, ha sido lo más difícil de documentar por no estar familiarizado con ello. Pero he aprendido mucho. Una de las cosas que he descubierto es lo vulnerables que somos, no solo frente a los ciberterrioristas, sino que cualquiera puede atentar contra nosotros por este medio al que estamos tan expuestos y no siempre tan preparados.

Desde el ámbito del periodismo, que es de donde muchos le conocemos, ¿cree que se está dando suficiente visibilidad a esta cuestión?

Yo creo que sí. Pero solo de lo que sabemos, y sabemos muy poco que es diferente. Desde luego hay una conciencia sobre la existencia del terrorismo islámico, pero no en la magnitud real, no en la medida en que tienen bastas ramificaciones en la vida social. De lo que si estoy seguro es que no hay una conciencia clara sobre lo vulnerables que somos en las redes, un espacio que manejamos de forma tan cotidiana, pero que hay gente que piensa y planifica a través de ello para delinquir, y en eso sí que nos falta información a todos, en general, y es donde los medios deberíamos enfocarnos más.

¿En su vida profesional ha podido tratar de cerca el tema de la cultura islámica?

Sí, pero muy poco…

Juan Ramón Lucas

Esta novela ha sido entonces la oportunidad para ahondar más…

Sí. Parto de querer ahondar más en el tema a partir de la literatura y la ficción, no a través de la investigación. Ha sido una oportunidad para conocerlo mucho mejor: el ciberespacio en el que trabajan, los mecanismos que utilizan para infiltrarse aquí, cómo se mueven, con quien establecen relaciones… Existen manuales que ellos mismos difunden, entre los que llamamos lobos solitarios, para la ‘supervivencia en occidente’, para los kufares que somos todos los que no somos musulmanes. Por otra parte, el camino que he llevado para la construcción de esta novela me ha llevado a territorios que periodísticamente son interesantes y relevantes. Sin embargo, he llegado a puertas que no se pueden abrir en público, he llegado a conocer cosas y personas de las que no puedo contar nada porque están trabajando en la vanguardia de la lucha contra el terrorismo, renunciando a su vida personal, para dedicarse a la lucha contra la delincuencia, el espionaje, todo aquello…

En la novela vemos que Greta se enfrenta a sus padres por el concepto de democracia liberal. Para ella, está muerto, no existe. ¿Es esto una exteriorización de algún pensamiento suyo?

No, Greta es un personaje construido. Ella tiene una forma de ver la vida que es como la que tienen las personas de las que se aprovechan por redes para captarlas. Yo no tengo la mirada de ella ni tengo la relación con mis hijos o con mis padres como la que tiene Greta. Las afirmaciones de ella son las que pondría en boca de personas que conozco o gente con la que trabajo, pero yo no tengo esa mirada, la necesitaba para construir al personaje.

¿Hay algún personaje con el que se sienta identificado?

Creo que hay bastante de mí en Julio Noriega, el padre, y sus dudas y miedos en relación con su hija. También creo que hay algo de mí en la madre, que es presentadora de televisión en un informativo… Y, seguramente, con mis altibajos, también me veo reflejado con el personaje de Khaleb Hassani, que es el personaje más equívoco de toda la novela, es del que Greta se enamora y el que la capta. Creo que en los tres hay algo mío. No obstante, de una forma más inconsciente, hay algo de mí en todos los personajes, porque para crear una novela y que los personajes tengan coherencia tienes que ser ellos cuando escribes y hablas de ellos.

Otra cuestión que resulta muy cotidiana es la relación entre padres e hijos. ¿Cree que estos lazos, mayoritariamente tensos, han podido manifestarse en mayor medida en una época como la que vivimos ahora?

Considero que la época de pandemia ha servido para acercarnos más, pero vivimos en una época de banalidad de las relaciones. Vivimos en una constante creación de cúpulas de cristal alrededor de las personas. Me turba mucho el tema de “hablar por WhatsApp”, porque eso no es hablar. O ser ‘amigo’ de alguien por un like o porque te ha seguido en una red social. Creo que todo eso es una banalización de la palabra y de las relaciones, debemos hacérnoslo mirar porque estamos todo el día conectados, pero al mismo tiempo desconectados.

Hubo una campaña, hace un tiempo, que me llamó mucho la atención: ‘Desconecta para conectar’. Estamos unidos mediante la red de forma que podemos hablar con cualquier lugar del mundo y eso es maravilloso. Pero estamos perdiendo la capacidad de relacionarnos unos con otros. Hay un fragmento de la novela donde Julio Noriega se asoma y ve las fotos de su hija en Instagram y dice “Está aquí, pero no está aquí” y eso siempre me ha preocupado, este fenómeno que se presenta contantemente en la novela, un tipo de relaciones frías que hemos normalizado.

La pandemia nos ha permitido estar en contacto y ha sido, en parte, gracias a este universo del internet, pero también, quizá, nos haya servido en la línea de lo positivo para que hayamos aprendido el valor de la conexión piel con piel. En el momento que podamos, tenemos que recuperar ese universo de contacto. Teletrabajo está muy bien, telecariño es frio.

Como padre, ¿cómo habría afrontado una situación como la que le sucede a Greta?

Creo que igual que Julio. Te confieso que no me habían hecho nunca esa pregunta. Pero seguramente respondo tan rápido porque durante todo el tiempo que he escrito al personaje, y a las dudas y miedos de Julio Noriega, creo que he proyectado los míos. Claro que mi situación personal no es la suya, yo no tengo una pareja con la que me lleve mal, no tengo una vida llamada por un universo ajeno a mí (la interpretación). Pero en el fondo las inquietudes y los miedos de padre, y hasta las reacciones, se parecen bastante a lo que yo haría. Es una buena pregunta, que me hace pensar, creo que lo que hizo Julio no se aleja mucho de cómo sería mi actuar.

Finalmente, en ocasiones ha confesado que, a veces, se siente culpable de engañar al lector… ¿Cuáles son las mayores dificultades que encuentra a la hora de escribir ficción?

Es verdad que la literatura engaña, y a veces tengo de llevar al lector tan lejos como para que este pueda sentir que le estoy tomando el pelo. Pero no es así, y nunca lo será, porque todo lo que cuento es honesto, y el juego que yo le propongo al lector es que cuando abre la novela, se sabe que no es un libro de historia ni un ensayo. Por otra parte, ese miedo se presenta por mi trabajo diario, por quien soy, porque el grueso de mi labor como periodista es escribir la realidad. El periodismo es compromiso con la verdad. A lo mejor aún me estoy dejando llevar por el perjuicio de contar todo verosímil, pero no debería pues está permitido jugar con cada línea y el lector está preparado para aceptar el pacto de ficción que se produce al abrir el libro.