Albert Boadella: “El teatro es el arte más terapéutico”

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1942

Albert Boadella saluda con una mano como si acabara de soltar un par de banderillas con éxito. La expresión corporal de un dramaturgo que exterioriza sus ideas con la seguridad de la sabiduría que aportan los años. Esa cultura, motivada por las pasiones complejas y contradictorias como el teatro o la tauromaquia que, en definitiva, son pasiones humanas, le llevó a cursar estudios en el Instituto del Teatro y, en el año 1962, crear junto a Antoni Font y Carlota Soldevilla, el grupo teatral «Els Joglars».

Conversamos con el intérprete, hace escasamente unas semanas, en el vestíbulo del valenciano Teatre Talia con motivo de su paso por la ciudad defendiendo su último trabajo interpretativo “El sermón del bufón”. Mirar a Boadella, de frente, es no poder renunciar a escrutarlo con confianza: sus ojos claros otorgan limpieza y candidez a su rostro, una cara afilada sin dobleces, nada reconcentrada, con el pelo fino, que solo abundaba por su cabellera. Alto, delgado y con una impávida sonrisa juvenil que iluminaba su manera de estar.

El artista define el teatro como “un arte higiénico, es decir, es una disciplina que, junto a la música, conforman las artes más terapéuticas porque tienen un fenómeno llamado catarsis, un término del que los griegos ya hablaban. Esa catarsis es la identificación directa del espectador con lo que sucede en el escenario y hace que los sentimientos y las emociones sufran una conmoción sustancial con lo que se observa”.

El comediante vierte un sentimiento de agravio en sus ideas que le ha llevado a situar el análisis social y la mirada crítica como denominador común de las obras que ha dirigido sobre las tablas. Prueba de ese compromiso, en 1977, fue detenido y condenado por supuestas injurias a la autoridad militar y a la Guardia Civil por la obra La torna. En 1978, escapó del Hospital Clínico de Barcelona y se exilió en Francia. Cuando volvió a Cataluña fue detenido, de nuevo, hasta marzo de 1979.

En la actualidad, Boadella cree que el teatro ha sido ensombrecido por las nuevas formas de comunicación: “El actor no respira el mismo ambiente que el público porque existe una comunicación enlatada. La responsabilidad de que el teatro esté despreciado por la sociedad, de la misma forma que están desubicadas la humanidades, pertenece a nuestros dirigentes políticos. Creo que no han sabido transmitir el mensaje de que esta búsqueda de la felicidad que tenemos como seres humanos, hay una parte que la pueden encontrar en las artes, en lo que llamamos el mundo de la cultura. Un buen concierto, un buen libro, una magnífica obra de teatro o una gran corrida de toros dan una placer y una plenitud que difícilmente encontrará en otras cosas”.

Sobre los autores que más le han influido en su carrera, Boadella confiesa que “Josep Pla ha sido el escritor que mejor ha descrito mi sociedad, mi paisaje, la vida de nuestro entorno porque tenía un gran sentido de la libertad. Me gusta el Pla de sus viajes a Italia, Grecia y Francia”. Asimismo, también apunta a Miguel de Cervantes porque la descripción de los personajes “tenía una fuerza extraordinaria”. Además de El Quijote, le gustan obras como El coloquio de los perros o Rinconete y Cortadillo.

Boadella cree que el problema de que la sociedad esté fuera de sitio viene dado porque el mundo de las artes no está inducido desde la educación: “Los niños empiezan dibujando y haciendo representaciones como un juego pero llega un momento en la historia que esto desaparece y, como ocurre en la actualidad, nos encontramos con una educación fría y tecnócrata donde el arte no ocupa el lugar que se merece”.

A la cuestión de cómo entiende el arte Albert Boadella, responde que lo consume como una necesidad esencial para el ser humano porque “hace doce mil años en las Cuevas de Altamira, ya habían unos bisontes preciosos creados por unas generaciones que solo les hubieran tenido que preocupar el hecho de matar a esos animales para comérselos. Y no fue así, para ellos, la acción de pintarlos en las cuevas formaba parte de los instintos más profundos y así lo siento yo”.

La esencia de la virtud del teatro es la mirada que derrama sobre nosotros mismos: “En el escenario hay un actor que nos hace reflexionar como personas y colectivo. La esencia del arte es pensar por medio de la belleza de sus palabras, de la voz, de la plasticidad del movimiento que pueda hacer en el teatro. Es una comunicación profundamente humanística y social”, concluye el dramaturgo catalán.