Jaime Roch / 4º Periodismo
No es fácil quedar con Antonio Pampliega, un hombre que lleva diez años recorriendo las zonas más peligrosas del planeta sin el contrato ni la certeza de si va a vender sus textos, pero con la determinación de creer en lo que hace. Pampliega cambió la información deportiva por la bélica, un hecho que a punto estuvo de costarle la vida después de estar secuestrado diez meses por Al Qaeda en Siria junto a otros dos compañeros. El periodismo como forma de vida y la vida como fin para encontrar la noticia. Una dureza incierta que le hizo coger músculo como profesional y ahora ya trabaja para Cuatro en un programa al que él mismo da nombre: ‘Pasaporte Pampliega’. El camino de un periodista que ama su profesión. Un romántico de las letras situado en el campo de batalla.
Pregunta. ¿Por qué decide ser periodista de guerra?
Respuesta. Tras ver la pasión con la que hablaba Reza Deghati, un fotoperiodista iraní que trabaja en la revista National Geographic, sobre su trabajo en Afganistán durante la guerra afgano-soviética de los años 80. Todavía estudiante, me planteé por primera vez hacer otro tipo de periodismo que no fuera el deportivo.
P. ¿Qué suele llevarse en sus viajes de trabajo?
R. Cámaras de fotos, mi ordenador y, sobre todo, cuatro o cinco libros. Si voy a primera línea de combate, también tengo que llevar casco y chaleco antibalas con el identificador del tipo de sangre por si ocurre algo. Mis libretas y mis bolígrafos siempre me acompañan. El pintor de batallas de Pérez Reverte es una novela que me ha marcado por su significado.
P. ¿Merece la pena jugarse la vida por informar?
R. Sí, para dar voz a quienes no la tienen. La guerra es un infierno en el que las personas sufren en silencio. El objetivo del periodista es mostrar todas las realidades para denunciar lo que ocurre en países como Siria, Yemen, Irán o Afganistán. El periodismo de guerra es el altavoz de esas injusticias de cara al mundo internacional.
P. ¿Qué significa el periodismo para usted?
R. Es la profesión más maravillosa del mundo y lo más importante que tengo en mi vida. A lo mejor dentro de tres años cambio de opinión, pero me encanta mi trabajo y no lo cambiaría por nada del mundo. El problema es que no se hace el periodismo que quisiéramos los periodistas y, por eso, nuestra profesión acaba mancillándose. Para sentirte periodista hay que disfrutar de lo que haces y tienes que demostrarte a ti mismo que es un trabajo útil y de servicio para la sociedad.
P. ¿Cómo se deben tratar las informaciones bélicas?
R. Con honestidad, vocación y, por encima de todo, compromiso con los demás. Desde el primer momento entendí que jugarme la vida es una cosa intrínseca de mi trabajo, pero esa asunción no se consigue solo con valor sino que también hay que sumarle la idea del periodismo que quieres ejercer.
P. ¿Ha renunciado a algún destino por ser conflictivo?
R. Sí, después del secuestro. Me hubiese encantado estar en la caída del califato del Estado Islámico en Raqqa pero no fui por mi familia. Les prometí no ir nunca más a Siria después de lo que me pasó porque nos raptaron por ser tres periodistas extranjeros que informábamos sobre su territorio.
P. ¿En algún momento se planteó dejar la profesión después del secuestro?
R. Sí, he pagado un peaje muy duro por ser periodista pero en octubre de 2016 regresé a Irak y me di cuenta de que no podía hacer otra cosa que ser periodista. Mi madre me dijo que me tomara un tiempo pero que ella misma me facilitaría todas las herramientas necesarias para volver a trabajar: como el ordenador o las cámaras.
P. ¿Cómo vuelve a tener la idea de viajar a la guerra?
R. Con tratamiento psicológico para no tener miedo. Durante los 299 días que estuve secuestrado, pensé en la muerte 299 veces. En la libertad creí muy poco pero siempre tuve esperanza de ver a mi familia. Durante esos meses, solo tuve cuatro sueños viéndome libre. La fuerza mental y mi relación con Dios me salvaron la vida pero también pienso que seguí adelante porque no reuní el valor necesario para quitármela. Todavía tengo las marcas de la cuchilla en mis muñecas.
P. ¿Cómo definiría su relación con Dios?
R. Muy buena. Durante todo el secuestro me apoyé en él y comprobé que me escuchaba en una situación límite. Era un momento donde no podía más, le pedí que me demostrara que existía, que yo no estaba solo y en ese instante se abrió la celda para dejarme un té y unas galletas cuando solo se abría dos veces al día, por la mañana y por la noche, para ir al baño y traerme comida. Es la única vez que hicieron esa excepción.
P. Con el libro ‘En la Oscuridad’ relata todo el secuestro, ¿dónde nació la idea de escribirlo y por qué?
R. Lo he escrito gracias a mi madre con el objetivo de cerrar una etapa de mi vida. Entiendo que voy a ser el periodista secuestrado por Al Qaeda pero necesito continuar con mi vida, no puedo contar lo mismo en cada conferencia. Hay que pasar página.
P. ¿La sociedad valora el periodismo de guerra?
R. Muchas veces no lo hace por puro egocentrismo. La gente se mira su propio ombligo pero no es consciente de que lo que ocurre en aquellos países nos afecta con oleadas de emigrantes o atentados del Estado Islámico.
P. ¿Y los medios de comunicación cómo lo aborda?
R. La inmediatez mata el verdadero periodismo. Es igual de importante el tweet que anuncia el suceso que el profesional que se ha desplazado allí para analizarlo. Los medios de comunicación han prescindido de los periodistas que están sobre el terreno porque les interesa el titular y los tres primeros tweets que tienen relación con eso. El verdadero periodismo de guerra se extinguirá porque ya no importa la firma del periodista sino la nota de lo que ocurre más barata. Yo cuando empecé cobraba por una doble 500 euros y, ahora, en un periódico de tirada nacional solo me ofrecen 50 euros.