En el año 1992, a través de la resolución 47/3, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas instaba a los gobiernos de todos los países para que declarasen el día 3 de diciembre como el día internacional de las personas con discapacidad, con el fin de sensibilizar a la sociedad sobre la situación de este colectivo de personas. Desde entonces han sido numerosas las acciones que, a nivel institucional, se han llevado a cabo para promover sus derechos y poner de manifiesto la situación en la que se encuentran, tanto en lo educativo, como en lo social y laboral. 

‘Áprovechemos este día para proponernos que nuestras próximas acciones cotidianas vayan encaminadas a crear un futuro en el que ya no sea necesario celebrar días especiales’

Dr. Juan Vives Vilarroig, psicopedagogo, profesor de Magisterio en la Universidad CEU Cardenal Herrera de Castellón

Pero, si bien es cierto que en el papel sobre el que escribe el legislador se amparan de forma diáfana y meridiana los derechos de todas las personas, la realidad sigue mostrando cómo, todavía, el camino por recorrer es largo y no exento de dificultades, pues el hecho de haber  iniciado una importante operación estética no necesariamente implica que se haya podido entrar de pleno en el corazón de la cuestión que nos ocupa para poder superar el obstáculo más difícil que impide desarrollar el concepto de convivencia en su máximo significado. Esto es, la barrera mental provocada por un modelo basado en lo capacitante por lo productivo en el más sentido industrial de la acepción. 

Normalización: el día a día 

Las personas con diversidad funcional, que no personas con discapacidad, no quisieran reclamar un día para ellas. No les satisface que se les conceda un espacio de veinticuatro horas para hacer visible su situación. El verdadero día es su día a día, ese en el que abrir los ojos por las mañanas ya supone un acto de valentía para enfrentarse a un mundo hostil al que, en ocasiones, le resulta complejo comprender sus derechos como algo universal, irrenunciable e incuestionable (no, los derechos humanos no se piden, los derechos humanos no se conceden, los derechos humanos no se negocian). 

‘Hay que hablar de de propuestas para superar las barreras entre todos, para que nadie se quede atrás en este proceso de avance social hacia un  modelo de dignidad’

Que exista el día de la discapacidad y que deba existir una norma que hable de igualdad entre personas son, quizá, botones de muestra para indicar que la normalización todavía no ha llegado a calar en la reserva genética de la conciencia social colectiva. Y es que, con su celebración se reconoce de forma implícita la necesidad de reivindicar unos derechos que ya han sido reconocidos y amparados por ley y que en el día a día se ven vulnerados de forma sistemática, incluso a través de pequeños gestos, de pequeñas micro acciones sin importancia para quien las realiza, pero que, para el receptor, se añaden a un sumatorio que finalmente termina provocando una relatividad en la discusión sobre la esencia de lo que es digno. 

Celebremos, claro que sí, este día 3 de diciembre, el Día Internacional de las Personas con Discapacidad para reivindicarnos, para hacernos oír, para poner de manifiesto la necesidad de continuar construyendo y para hacernos la foto (la foto no puede faltar). Pero aprovechemos también este día para reflexionar, para hacer balance y proponernos que, en lo sucesivo, nuestras próximas acciones cotidianas vayan encaminadas a crear un futuro en el que ya no tengamos la necesidad de celebrar días especiales porque no tengamos necesidad de hablar de personas con  discapacidad, sino de análisis de barreras y de propuestas para superarlas entre todos, de propuestas para que todo el mundo se sienta incluido y para que nadie se quede atrás en este proceso de avance social hacia un modelo de dignidad.  

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