Un reportaje de Andreina Pietri
El crecimiento de la medicina estética expone una industria tan atractiva como riesgosa
La medicina estética ya no está únicamente al alcance de celebridades o artistas; hoy en día, convive entre nosotros como una de las partes de la rutina de belleza cotidiana. Cada vez más, la preocupación por la apariencia física se despierta a edades más tempranas y la accesibilidad de los tratamientos estéticos ha generado un auge en la popularidad de estos procedimientos.
La gran demanda existente en el mercado actual ha derivado en la apertura de numerosas clínicas que ofertan sus servicios de la mano de médicos estéticos que aplican productos certificados para garantizar resultados excelentes, eso sería lo ideal. Pero, lo cierto es que no todo lo que reluce es oro, y tras la expectativa de resultados inmediatos por módicos precios, se esconde una industria tan bonita como peligrosa.
Abrir una clínica estética exige una serie de requisitos muy estrictos, así lo explica la enfermera María Sáez, gestora de su propio establecimiento sanitario en Buñol en el que trabaja con un equipo de médicos especialistas y podólogos: “Una clínica requiere tener instalaciones que cumplan con los requisitos que Sanidad estipula. El local se ha de dotar de elementos como acceso a minusválidos, camillas con su separación reglamentaria, pilas de agua en cada consulta, entre otras especificaciones. Por otro lado, se debe hacer una memoria sanitaria descriptiva que recoja las condiciones del bajo en el que se opera, de trabajo para los empleados y la gestión de los productos que se van a utilizar. Además, destaca la parte administrativa que engloba los pedidos, facturas y compras, junto con la contratación de profesionales. Una vez establecida, se necesita pasar una inspección de Sanidad para gestionar una licencia”.

Sin embargo, el creciente interés y la facilidad para realizarse intervenciones aparentemente inofensivas ha abierto la puerta a prácticas menos rigurosas. Aunque la fachada sea impecable, muchos centros operan en los márgenes de la legalidad. El doctor Alexis Lugo, gineco-obstetra especializado en medicina estética de la clínica Infinity de Valencia, advierte sobre los riesgos que conlleva acudir a centros clandestinos: “El intrusismo en este sector es un problema grave. Hay personas sin formación sanitaria que se atreven a realizar procedimientos en peluquerías, salones de masaje o incluso en sus casas, lejos del entorno higiénico de una clínica. Las complicaciones pueden ser serias, e incluso fatales. Aunque ya se están tomando medidas, como las acciones legales impulsadas por el Colegio de Médicos, el riesgo sigue presente”.
Muchos pacientes, por ahorrar dinero, optan por ponerse en manos no profesionales, sabiendo que se exponen a graves consecuencias. No es que los médicos estén exentos de complicaciones, pero su preparación reduce los riesgos significativamente. En cambio, quienes ejercen sin habilitación no pagan impuestos, no cuentan con seguros ni utilizan productos regulados y suelen adquirir medicamentos de origen dudoso a través de internet, sin ningún tipo de control. Estos factores explican la diferencia monetaria en el presupuesto de un procedimiento, ahí radica la importancia de reflexionar qué vale más.

Los pacientes que acuden a la medicina estética lo hacen, en su mayoría, motivados por su percepción personal del cuerpo y el deseo de sentirse bien consigo mismos. Lejos de tratarse solo de vanidad, muchas personas reconocen que el impacto de estos tratamientos va más allá del plano físico: mejora su autoestima, su seguridad y su bienestar emocional. “Me gusta verme bien y, mientras se pueda alargar la vejez, mejor” afirma Ana María Capogna, una paciente que se ha realizado algunos tratamientos entre los que se encuentran la aplicación de ácido hialurónico, neuromoduladores y prótesis mamarias.
La enfermera María Sáez cree que muchos de los clientes no son conscientes de los productos que se les están aplicando: “Suelen decidir por el precio y se les olvida que se están inyectando tratamientos en su propio cuerpo”, el doctor Alexis Lugo concuerda y ambos reconocen la importancia de informar a los pacientes: “Es fundamental no generar falsas expectativas. Siempre explicamos con detalle en qué consiste el procedimiento que se va a realizar. Previamente, elaboramos una historia clínica completa, recogiendo los antecedentes médicos, la medicación actual y cualquier información relevante. También se explica al paciente los posibles efectos secundarios. A esto se suma la firma de un consentimiento informado en el que se deja constancia de que los resultados pueden diferir de las expectativas del paciente. No se trata de una cuestión de seguridad, esa está garantizada, sino de gestionar correctamente las expectativas”, Sáez detalla lo que diferencia a un profesional de un mero aplicador.

El filtro de la belleza en la era digital
Los especialistas encuentran una relación directa entre las redes sociales y el fomento de los servicios estéticos: “Cada vez son más los jóvenes que vienen a nosotros debido a lo que ven en las redes. Sin embargo, si un tratamiento no está indicado para un paciente, no se lo realizamos. Es esencial que el paciente sea mayor de edad, ya que no se debe intervenir en casos donde no haya necesidad médica. Si alguien de 18 años, por ejemplo, no presenta arrugas, pero tiene un defecto o asimetría que se puede corregir, se tratará, siempre y cuando exista una indicación clara”, el doctor Lugo precisa que la edad no es el factor limitante, sino la necesidad del tratamiento.
No obstante, los pacientes piensan que su decisión es interior y personal. Ana María Capogna asegura que es ella quien se ve sus defectos y decide corregirlos con el objetivo de sentirse bien consigo misma. “De que influyen, influyen” sostiene el médico estético en relación con las presiones externas, como los estándares sociales y los cánones de belleza, que a menudo no se reconocen, pero están presentes en el subconsciente.

Las noticias recientes han hecho daño a la reputación del sector, según María Sáez: “Los clientes acuden asustados, tienen miedo porque ven muchos destrozos, clínicas ilegales y efectos secundarios por los tratamientos mal realizados, con técnicas que no son naturales o bonitas”. Otro de los temores más habituales suele ser el resultado final del procedimiento: “Tienen miedo a verse modificados, quieren verse naturales y respetando su anatomía”.
El doctor Lugo apunta a que todo es cuestión de modas: “Anteriormente, había gente que se hacía tratamientos grotescos, pero en la actualidad, la tendencia es hacia la naturalidad y los resultados más discretos”. Las expectativas estéticas cambian con el tiempo y lo que hoy se considera atractivo, mañana puede resultar anticuado o exagerado, pero si el tratamiento se enfoca en resaltar las propias facciones, jamás perderá su armonía con el rostro: “El envejecimiento no lo podemos evitar, pero sí retrasar”, concluye el doctor con un análisis sobre la importancia de intervenir de forma consciente, respetar la estructura natural del rostro y evitar caer en excesos que desvirtúan la identidad de cada persona.
“Busco que quede lo más natural posible, me gusta que me vean fresca y que sientan que me he hecho algo, pero no sepan qué. Antes, se notaba mucho que te habías sometido a algún tipo de procedimiento, ahora no, el resultado es más sutil y muy poca gente se da cuenta”, así, Ana María Capogna confirma esta teoría.

La enfermera Sáez garantiza que la mayoría de los clientes acaban satisfechos, pero matiza que un pequeño perfil queda inconforme: “Es verdad que existe un porcentaje, más bajito, de personas que no ven cubiertas sus expectativas y esto se detecta en la primera sesión porque quieren verse perfectas y mejorarlo todo ya que ellas mismas no se ven bien nada, nunca están conformes y siempre quieren más. Tienen una autoestima baja y es complicado el seguimiento de este tipo de perfiles ya que nunca se van a ir satisfechos porque jamás van a aceptar su físico”. Asimismo, destaca el creciente interés del público masculino por este tipo de tratamientos, ya que cada vez más hombres acuden a consulta preocupados por su imagen y su cuidado personal, lo que refleja un cambio de mentalidad y una mayor apertura hacia el autocuidado estético.
En referencia al futuro de la medicina estética, Sáez sugiere que “hay que mirar con lupa los avances tecnológicos en aparatología y constatar mediante evidencia científica si la indicación es adecuada para cada persona. Hay que ir avanzando con todas esas tecnologías, pero siempre midiendo la efectividad, sin lanzarse al vacío y pensar que servirá para cualquier tipo de cliente” tanto ella como Lugo recalcan que los tratamientos han de ser individualizados: “Cada paciente es un mundo, por ello, hacemos una consulta para saber qué es lo que el paciente quiere y que es lo que nosotros le ofrecemos; si reúne sus expectativas se le hace el procedimiento, y si no, no se le puede hacer”, aclara el doctor.
La medicina estética es una realidad que se ha integrado oficialmente en la vida cotidiana de muchas personas. Si bien aporta soluciones para mejorar la apariencia y reforzar la autoestima, también acarrea riesgos que atentan contra la salud de los pacientes. Para garantizar la eficacia de los tratamientos, es esencial que estos se realicen en centros adecuados, con personal cualificado y productos regulados. La profesionalidad y la seguridad deben ser la base de cualquier procedimiento, pues el intrusismo y la falta de formación han demostrado ser una verdadera amenaza para el sector. El foco debe ponerse en resaltar la belleza natural, sin modificarla de forma radical, además de en aprender a gestionar las expectativas de manera responsable. Así, cuando las prácticas se realizan de manera ética, pueden contribuir al bienestar integral, ya que ayudan al equilibrio de la salud, la seguridad y la autoestima.