Lorenzo Silva: “Escribir novelas es mirar el mundo con los ojos de otro”

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Informa: Gonzalo Escrig / Imágenes: Editorial

30 años después de su debut, Lorenzo Silva publica una nueva novela de su saga criminal más longeva, ambientada durante el confinamiento.

Lorenzo Silva regresa con una nueva entrega de su saga más emblemática, protagonizada por los investigadores Bevilacqua y Chamorro, esta vez en pleno confinamiento. Treinta años después del nacimiento de estos personajes, el escritor madrileño aprovecha el escenario de la pandemia no solo para resolver un crimen, sino también para explorar las grietas —sociales, personales y emocionales— que dejó aquel tiempo suspendido. En esta entrevista, Silva habla del poder de la ficción, de la evolución de sus protagonistas y de lo que todavía nos queda por entender de nosotros mismos.

Bevilacqua cumple 30 años. No es algo que se cumpla todos los días. ¿Qué le impulsó a volver a colocar a esta pareja en el centro de la historia, y en un momento tan particular como fue la pandemia?

La razón principal es que, para mí, el universo de Vila y Chamorro sigue en marcha. Todavía no lo he terminado… y no sé cuándo lo haré, pero sigue en curso. A través de ellos voy contando lo que sucede en el lugar y el tiempo en el que viven. Eso sí, con un poco de retraso respecto a la actualidad, porque me gusta tomarme mi tiempo para asimilar los acontecimientos. La anterior novela terminaba en la Navidad de 2019. Lo siguiente, inevitablemente, era el confinamiento. Y no podía saltármelo. No habría tenido sentido. Ya entonces, hace cinco años, empecé a pensar en cómo narrar ese momento tan peculiar con ellos, como siempre hago: desarmando un poco la realidad, aunque sin dejar de inspirarme en ella. Es cierto que durante la pandemia hubo investigaciones criminales en curso. Conozco a guardias civiles y policías que siguieron trabajando en condiciones muy complicadas. Y sí, aunque no fueron muchas, hubo muertes que quizá no se examinaron con la debida atención, por el colapso del sistema. Algunas defunciones se certificaron con exámenes muy superficiales… Eso es algo que varios agentes me han contado personalmente.

¿Qué desafíos narrativos supuso ambientar una novela, como esta, en el contexto del confinamiento?

El principal desafío fue invitar al lector a recorrer una época que muchos no quieren recordar. Pero intenté compensar eso con algo fundamental: humor. Me alegró ver que algunas reseñas lo notaron. A pesar de lo trágico del contexto, esta novela tiene más humor que otras anteriores. Creo que es una válvula de escape necesaria, incluso para el lector. Además, quería que la historia no solo tuviera un contexto narrativo interesante, sino que permitiera reflexionar sobre aspectos esenciales de nuestra sociedad que salieron a la luz durante la pandemia. Esas situaciones excepcionales actúan como una lupa: hacen visibles nuestras imperfecciones, individuales y colectivas.

En ella se percibe una reflexión sobre la vejez y el paso del tiempo. ¿Tiene esto que ver con su evolución como autor?

Sí, hemos envejecido juntos, ellos y yo. Hemos avanzado por el mismo escenario. Algunas de las cosas que he ido viendo las he puesto también a su servicio. Ambos entendemos que el tiempo te erosiona, pero también te enriquece. Son la cara y la cruz. Para disfrutar de la experiencia hay que aceptar los menoscabos del paso de los años.

Hablando de humanidad: ¿cómo logra que sus personajes se sientan tan reales, tan cercanos?

Mostrándolos como dos trabajadores enfrentando las mismas dificultades que todos encontramos para sacar adelante nuestras tareas. No triunfan porque tengan superpoderes, sino porque se apoyan en el tesón, el esfuerzo, el sacrificio. Y, cuando eso falla, en algo tan humano como la vergüenza. A veces, cuando no queda nada, eso es lo único que queda.

¿Hay algo de usted en esos personajes principales? ¿Le gusta reflejarse en ellos o procura que no se le parezcan?

Hay algo de mí, en todos mis personajes… pero, a la vez, procuro que ninguno se me parezca. No soy un entusiasta de la auto ficción. Lo interesante de escribir novelas es poder mirar el mundo con otros ojos, imaginar cómo sería la vida con los pies en los zapatos de otro. Eso sí, pongo al servicio de los personajes mis propias experiencias si creo que pueden serles útiles. Pero intento beber también de otras fuentes, porque ahí es donde nace la novela: en la vida de los otros.

Uno de los aspectos más destacados de sus novelas es el tratamiento de las víctimas. Siempre es profundo y muy respetuoso. ¿Qué papel juegan en esta historia en particular?

Siempre he creído que el centro de mis historias son las víctimas. Dar sentido al trabajo del investigador es ofrecer alguna forma de reparación, aunque ya no puedan recibirla directamente. Es una reparación simbólica, dirigida a quienes quedan atrás, a quienes lloran. Narrativamente no quiero que la víctima sea solo una pieza del engranaje. Me importa que recupere su humanidad, aunque nunca la veamos viva en la novela. También creo que incluso los criminales deben ser “humanizados” en el sentido de entender qué los llevó hasta allí. A veces son personas con rasgos monstruosos, sí. Pero, casi siempre, lo que hay detrás son carencias, no maldad pura. No idealizo al delincuente, tampoco lo convierto en un monstruo ajeno a nuestra especie.

Después de tantos años de casos compartidos, ¿cómo ha evolucionado la relación entre Vila y Chamorro?

Llevan mucho tiempo juntos: compañeros, camaradas, amigos… convivientes, incluso. Durante el confinamiento vivían solos, sin familia en casa. Así que, cuando regresaban del trabajo, lo único que tenían eran las paredes, la televisión, la música o los libros. Pero durante el día convivían intensamente. Yo creo que se conocen mejor que muchos matrimonios. Y, aunque suene un poco triste, quizás también se quieren más. Es una relación en la que la complicidad y la camaradería dan paso al cariño. A una forma de amor. Porque el amor no es solo el romántico, el que solemos identificar como “el verdadero”. Hay muchas formas cabales de amar.

Y para ir cerrando: después de tantos años con esta saga, ¿ve un final cercano o todavía hay mucho camino por recorrer?

A mí me queda camino por vivir, y a Vila también. Le quedan unos ocho años más de carrera, oficialmente. En tres pasará a la reserva, pero puede seguir cinco años más. Y quiero recorrer ese camino con él, sin prisa, desarrollando a los personajes poco a poco. Ellos me dan mucho: me permiten llegar a muchos lectores y también me ayudan a afinar mi mirada sobre la realidad. Así que, mientras tenga algo que contar, seguirán ahí.