Sánchez Dragó: “Ha desaparecido el sentido común y si desaparece el sentido común nos acabaremos estrellando”

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El escritor Fernando Sánchez Dragó en foto de archivo.

Redacción ROTATIVO / Imagen: Editorial Planeta

Fernando Sánchez Dragó publica la segunda parte de sus memorias bajo el título ‘Galgo corredor’ y con motivo de ello atiende a El Rotativo desde su refugio soriano en Castilfrío de la Sierra. Su locuacidad, rapidez mental y audacia siguen intactas y convierten la entrevista en una esgrima dialéctico en el que el escritor reflexiona entorno a su vida, al personaje que le han creado en torno al auténtico Sánchez Dragó y sus ganas por pasar desapercibido en todo momento. Una conversación, muy cercana, donde también nos ofrece su visión actual del hombre y de nuestra sociedad.

Lleva todo el día hablando, imagino, que de su libro. ¿Aún le quedan ganas de una nueva entrevista?

(Ríe abiertamente) Llevo todo el día colgado al teléfono y aún quedan algunas más… Antes los editores pretendían que escribiéramos los libros y ya está, pero ahora pretenden que los vendamos, y a este paso, veo que dentro de poco los vamos a tener que vocear por las calles como los periódicos a la antigua usanza…

Vamos hacia atrás ¿no?

O vamos demasiado hacia adelante o vamos hacia atrás, ambas cosas al tiempo…

En esta segunda entrega de sus memorias, comparte con el lector una confesión que nos la tiene aclarar… Dice usted que su sueño era pasar inadvertido…

(Carcajada) Es verdad, te lo aseguro. Yo soy una persona huraña, esquiva, solitaria. En estos momentos estoy hablando desde un villorrio soriano, Castilfrío de la Sierra, al cual me he venido a vivir, aunque en los últimos años estoy también viviendo en Madrid por la escolarización de mi hijo de siete años que me obliga a estar en la capital. Pero cuando una persona se viene a vivir a un pueblo -que tiene tres o cuatro habitantes- es evidente que no está buscando vida social. En mi caso me he pasado gran parte de mi vida viajando a remotas tierras donde ni siquiera podía hablar con los habitantes de dichas tierras, con lo que mi soledad allí era absoluta, y ahora no viajo, solamente lo hago para huir de España porque aquí en España ¡me conoce todo el mundo!

Méritos ha hecho….

Para mí es una cosa pasmosa, una cosa que no entiendo. Salgo a la calle aún y ¡parezco Julio Iglesia! Me conoce todo el mundo y tengo que reconocer que lo llevo muy mal. Mi filosofo favorito o uno de los favoritos es Epicuro y él decía que “la felicidad consiste en vivir oculto”. El gran fracaso de mi existencia es que no he conseguido vivir oculto. Pero no es una cosa que me haya pasado ahora porque soy un escritor conocido sino cuando era niño en el colegio tampoco pasaba inadvertido… ¿Y por qué? Porque siempre he sido un niño raro y sigo siendo un hombre raro. Siempre he pensado lo contrario sobre lo que casi todo el mundo ha pensado, de manera que cualquier cosa que dijera, ya de niño, llamaba la atención porque estaba diciendo lo contrario a lo que todos los demás decían a mi alrededor, de ahí que el gran fracaso de mi existencia ha sido que no he conseguido vivir oculto.

“Me siento falsificado, continuamente, a los ojos de los demás”

Y ¿cómo lo lleva?

Pues hago como el calamar, que cuando se siente amenazado echa tinta para despistar a los demás… Yo he desparramado mucha tinta, en el sentido literal de la palabra, y he hecho muchas cosas para despistar y ocultarme, pero lo he logrado muy poco. Casi nadie conoce a Dragó… Conocen al personaje que ellos mismos han creado con las etiquetas que me han ido colocando -muchas muy variopintas- pero no conocen a la persona real que está detrás de esas etiquetas. Por eso me ocurre que, cuando incluso me conocen -de verdad- mis enemigos, mis adversarios, llegan a la conclusión de que no soy como me ven y confiesan que no creían realmente que fuera así… Esa falsificación constante, convirtiendo en personaje mi persona, es sumamente molesta…

Entonces, señor Dragó, el personaje se comió a la persona…

A los ojos de los demás, en gran medida, sí. A mí, por ejemplo, me desespera que mucha gente me conozca no por mis libros, que es mi actividad categórica, yo solo soy el que está en mis libros, sino por los programas de televisión, y eso para mí es absurdo porque la televisión es pura anécdota. Yo nunca le he dado la más mínima importancia a la televisión y, por eso, me siento falsificado -continuamente- a los ojos de los demás. Aunque en el fondo también me siento, en parte. culpable porque desde mi niñez… Con tres años y ante la pregunta de una amiga de mi madre sobre qué quería ser de mayor, no dudé en afirmar que quería ser escritor y, desde entonces, todo lo que he hecho en mi vida ha sido conducente para querer ser escritor. Desde niño comencé a construir un personaje literario, que soy yo mismo, un personaje que al principio imita a ciertos otros personajes literarios como, por ejemplo, los de Mark Twain, Sinuhe el egipcio… He ido construyendo una vida, en la cual la persona se convierte en personaje literario, novelesco, con infinidad de amores, que se casa y se descasa, que va a la cárcel, al exilio, que se mete en toda clase de aventuras, que va a la guerra del Vietnam, que está en terremotos, en erupciones volcánicas, que atraviesa los desiertos, y todo ello me ha convertido -a los ojos de los demás- en un personaje que, finalmente, termina tapando la persona y, eso me molesta bastante…

Querer huir del personaje debe cansar.

Buenooo… (Ríe) Cansa mucho y por eso huyo del trato de la gente. Yo, actualmente, llevo una vida completamente asocial donde jamás voy a reuniones ni a actos sociales. Para mí más de dos personas son muchedumbre y, pese a pensar así, resulta complicado gestionarlo porque cuando te conviertes en una persona tan conocida, al final, cualquier cosa que hagas tiene su repercusión y aunque me empeñe en apagar esa celebridad, cualquier cosa que haga acaba por amplificarla. Al final voy capeando la vida según la vida me llegue…

Si volviese a vivir ¿volvería a repetir la vida que ha llevado? A veces da la impresión que ese no parar es porque usted ha sido y es un hombre en continua búsqueda…

Yo soy un explorador nato, podía ser la reencarnación de Livingston o Cristóbal Colón, pero fundamentalmente he aplicado a mi persona ese viejo precepto filosófico del “conócete a ti mismo” porque quien se conoce a sí mismo sabe quién es y sabe cuál es su destino. Carácter y destino… Son dos conceptos que se expresan igual en la filosofía griega. Siempre he sido así y al escribir las memorias te das cuenta de todo lo que, además, no harías en el caso de volver a nacer. ¡No te puedes imaginar la cantidad de cosas que he hecho y no volvería a hacer! Por poner un ejemplo, la más evidente es que no me casaría en la cárcel como me casé. No me emparejaría, por curioso que parezca. Nunca he querido tener pareja y desde los diecisiete años he estado emparejado siempre con un paréntesis de año y medio sin pareja, pero fue peor porque cada noche estaba con una nueva pareja… Otro ejemplo. Soy un padrazo, pero, en cambio, nunca quise ser padre y lo soy de cuatro, el hijo mayor tiene sesenta años y el último, el más pequeño, tiene siete años. Siempre quise ser un monje y si volviese a nacer querría serlo o bien querría ser zoólogo, arqueólogo o estudiaría lenguas clásicas que eran mis vocaciones además de la de escritor, pero ninguna de ellas he estudiado y me gustaría estudiarlas si volviese a nacer, claro. Cambiaría muchísimas cosas en mi vida ¡por supuesto que sí!

Ahora que se encuentra inmerso en la escritura de sus memorias, ¿ha servido este ejercicio para redescubrirse?

Por completo. La experiencia de escribir unas memorias es la experiencia de un auto-psicoanálisis profundo, con lo que te vas descubriendo a ti mismo paulatinamente. Al principio, cuando te sientas delante del folio en blanco tienes una serie de recuerdos que te parecen significativos, que crees que son relevantes, importantes, y que quieres compartir, pero después cada uno de estos recuerdos viene encadenado con otros recuerdos que habías olvidado, que estaban sepultados en el subconsciente y que como cerezas que salen enganchadas de la misma cesta van saliendo uno detrás de otros. En ese momento compruebas cómo el libro va contándose a sí mismo y es él el que guía la mano del escritor y no la mano del escritor el que tiene el control sobre el libro. Es un proceso fascinante porque te redescubres a ti mismo y recuerdas muchas cosas que pensabas que en no estaban en tu memoria y que, en cambio, sí que lo están.

“El gran fracaso de mi existencia ha sido que no he conseguido vivir oculto”

¿Con qué se queda de lo vivido durante esos años?

Con esa sensación maravillosa de romper el cascarón y echarme a volar. Es, un poco, esa sensación de salir de la caverna -como los hombres del neolítico- y comprobar que todo lo que se mostraba ante ellos o ante mí, era nuevo. Yo lo viví así. Para mí era toda una aventura aquella época, era estar vivo y para mi estar vivo significa aplicar el pensamiento de Baudelaire el cual dice “hay avanzar al fondo del horizonte para encontrar lo nuevo”. Encontrar lo nuevo es lo que verdaderamente nos hace progresar espiritualmente y no en el sentido material de la palabra…

Releyendo esta segunda entrega de sus memorias, uno no puede dejar de establecer un paralelismo entre el tiempo que describe en ellas y el actual. ¿Cómo sale parada la época que vivió y la que vivimos actualmente?

¡Amigo mío, la época de ahora sale muy mal parada, la verdad! (Ríe) La época actual me desespera. Yo no me siento identificado con la época actual. Las épocas que ya he evocado en los dos libros de memorias y las que evocaré en los próximos son épocas en las que me gustaba vivir, pero a partir de un determinado momento el mundo comienza a ir hacia atrás. Asistimos a un progreso en las máquinas, en la tecnología, pero el ser humano retrocede y, si nos fijamos, ahora ha desaparecido la libertad y la libertad de expresión. Vemos que han progresado las máquinas, pero no el ser humano, lo que convierte al mundo actual en un mundo chato donde no queda ningún vestigio de lo que había en ese mundo en el que yo viví. Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero yo -exagerando un poco- reconozco que a mí no me interesa nada de lo que pasa en la Humanidad desde el siglo V y VI antes de Cristo, la época de Sócrates, del pensamiento presocrático, de Buda, de Confucio, del pensamiento de los mitos órficos, de Zaratustra. A partir de ahí se puede comprobar cómo la dimensión espiritual, la cultural, la artística, la intelectual, la filosófica del hombre van retrocediendo hasta, prácticamente, volver nuevamente al árbol del que bajamos… Se está llegando a una nueva generación, la que llamo el homo protesicus en el que todo ser humano depende de ese terminal móvil del que no se desprende y, sin el cual, siente que no es nada ni es nadie… Está cargado de aparatos y ha desaparecido de él la humanidad y eso, francamente, es un retraso para la propia evolución de la Humanidad.

¿De verdad cualquier tiempo fue mejor?

Yo creo que las generaciones actuales no saben lo maravilloso que era el mundo hace décadas cuando había ambiente familiar, no había agua caliente, ni neveras, era un mundo apasionante… Y no quiero entrar en la cuestión política donde, por ejemplo, ahora se ha convertido en un instrumento de lavar cerebros mediante mensajes totalitarios, estrategias que pretenden convertirnos a todos en un rebaño para que no tengamos pensamiento crítico. Revisan la historia hasta el punto de derribar estatuas, lo cual no tiene sentido si no se comprende desde ese punto de vista de querer igualarnos a todos como rebaño… Anulan todo lo anterior y, así, la gente no sabe de dónde viene y aquel que no sabe de dónde viene, normalmente no sabe a dónde va… Yo lo que hago con mis memorias es lo que hacía el pájaro de Borges, que lo describió volando con la cabeza hacia atrás porque necesitaba saber dónde estuvo para saber a dónde ir… La única forma de saber a dónde vas es sabiendo dónde estuviste y por ese impulso escribo estas memorias. Además, en mi caso actualmente tengo menos vida por delante que vida por detrás y por eso soy como ese pájaro de Borges que vuelo con la cabeza para atrás -mientras escribo- para averiguar de dónde vengo, donde estoy ahora, y hacia donde voy a estar en unos años.

“La civilización actual es una civilización de adolescentes”

¿Nos encontramos con un ser humano en regresión?  

Creo que el problema de fondo es, realmente, la condición humana. El ser humano es un ser depredador, no hay excepciones, y están sometidos normalmente a la adoración del becerro de oro. Al ser humano no le importa saber quién es sino cuanto tiene y lo que tiene, y lo estamos viendo en la sociedad actual. Ese culto al tener frente al culto del ser, que era el culto que predominaba en civilizaciones y épocas anteriores, ha sido sustituido y ahora nos encontramos con una sociedad que solo se mide por el tener. Una sociedad infantilizada donde los seres humanos son niños, no crecen nunca, y no crecen nunca precisamente porque no se preocupan de saber quiénes son… no salen nunca de la adolescencia. Hace unos meses recuerdo que una revista norteamericana digital convocó un premio de micro relatos de seis palabras y uno de los que ganó describe lo que es el hombre. actualmente. y dice lo siguiente: “nacimiento, infancia, adolescencia, adolescencia, adolescencia, muerte”. La civilización actual es una civilización de adolescentes. Ahora con la pandemia, por ejemplo, estamos viviendo escenas penosas en las que vemos cómo la gente recupera su normalidad -alegremente- sin reparar en el cumplimiento de las normas… Un comportamiento adolescente que refleja muy bien cómo es el ser humano de hoy. Actualmente, muchos seres humanos son así. Antes no lo eran, y había modelos a seguir por su ejemplaridad, su trayectoria, su vida, pero ahora son adolescentes, todos pueden opinar, ha desaparecido la jerarquía y ha desparecido el sentido común y, eso es mala cosa, porque si desaparece el sentido común nos acabaremos estrellando.

¿Y cómo recuperamos al ser humano?

(Ríe) ¡Esa no es mi tarea! ¡No es mi trabajo salvar a la Humanidad! ¡Bastante tengo yo con salvarme a mí mismo! Mira, cuando tenía veintiún años y me metí en política lo hice pensando en que yo y unos cuantos más podríamos cambiar las cosas. Pensábamos en mejorar y cambiar la sociedad, pero ahora ya sé que la Humanidad no se puede salvar. La única salvación posible es de carácter personal e individual. En la casa desde la que te hablo tengo al entrar un par de azulejos. En uno de ellos hay un verso de Migue Hernández que dice: “Yo solo soy yo cuando estoy solo” y otro dice “visita no acordada, visita no deseada” con lo que intento salvarme a mí mismo, empleando la vieja fórmula de Voltaire en su cuento filosófico ‘Cándido’. Este cuento narra la historia de Cándido que es un aprendiz del filósofo Pangloss. Cándido decide viajar por todo el mundo queriendo salvar a la Humanidad y cambiar el mundo, hasta que llega un momento en el que él mismo se da cuenta de que no hay remedio, los hombres son como son, la Humanidad no se puede salvar y el mundo no se puede cambiar. Es entonces cuando decide retirarse a Estambul, comprar un huerto y dedicarse a él. Cada vez que es visitado por alguien y le preguntaban por qué había dejado de querer salvar el mundo, él les respondió que había decidido cultivar y cuidar su huerto… Pues bien, si cada uno de nosotros cultivásemos y cuidásemos nuestro huerto, la Humanidad se salvaría, pero como esto no va a suceder pues desaparecerá… El surgimiento de la aparición de los virus no va a tener mucho remedio porque todo eso es fruto de una manera determinada de vivir con lo que, si ésta no se cambia, la Humanidad poco va a cambiar…

¿Rescataría algo de aquellos años de universidad y lo haría servir en esta época?

Hombre eso es una utopía, pero si pudiese tener ese poder estad seguros que apretaba el botón y volvíamos atrás mucho antes de aparecer la televisión, internet, los aviones y el turismo… En mi opinión, ellos son cuatro de los principales elementos que han destruido el mundo, por lo que apretaría el botón para que volviésemos a antes de surgir todo lo que te he comentado.

Busca el anonimato, pero creo que usted se siente cómodo yendo a contracorriente…

¡Tienes razón! ¡Es verdad! (Ríe) Siempre nado como los salmones, río arriba. Mi madre siempre decía “mi hijo cuando llega a un sitio que están hablando, lo primero que hace es decir ‘de qué se habla que me opongo’”, y sí, a mí el principio de contradicción me parece que es el principio más fructífero de los grandes principios que existen porque de la contradicción nace la pregunta y nace la confrontación de ideas, nace el diálogo, la dialéctica… surge el encuentro y también el acuerdo, el consenso.