La vida como espíritu rector

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Una crítica de Miguel Catalán

Portada del libro
Portada del libro

En una de perspicaces reflexiones señala Jorge Luis Borges que la biografía es un género en el que un individuo quiere despertar en otro recuerdos que sólo tuvo un tercero. Escribir una biografía sería así, según el autor argentino, una tarea tan quimérica como extravagante, pues el autor no estuvo en el lugar ni en el tiempo de los sucesos acontecidos, ni, sobre todo, en la mente y el corazón de quien los vivió. Escribir una vida sólo sería posible desde dentro de la propia vida: no biografía, sino autobiografía. A ese género que cuenta la vida desde dentro pertenece Tú también, herida rosa, de Daría Rolland, una íntima cuenta y razón de la propia existencia redactada antes de doblar los últimos recodos del camino.

Daría Rolland (Valle de Tiétar, Ávila, 1945) es licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de la Sorbona. Residente en Francia, ha ejercido la docencia, la traducción y la poesía a lo largo de los años y diversas ciudades del mundo en misiones culturales que la han llevado a vivir largas temporadas en Jartum, Singapur o El Cairo. Las tareas literarias y su formación humanística se dejan sentir en esta autobiografía literaria que es Tú también, herida rosa.

No es fácil hacer una obra sobre sí mismo sin endulzar recuerdos y cubrir heridas

Lichtenberg escribió en uno de sus cuadernos aforísticos que los libros que pretendan superar la fugacidad de la lectura han de tener un spiritus rector. Este libro de Daría Rolland se despliega bajo el inflexible espíritu rector de la vida propia. El significado de la existencia interrogada se va ampliando a lo largo del libro bajo una estructura sinuosa y compleja que cierra su sentido sólo al final: la narración en primera persona de la dura, y al tiempo mágica, infancia vivida por una niña en un pueblo castellano, así como el traslado a Madrid de la familia; los episodios más libres y expansivos de juventud y madurez que vienen a subsanar en el contrapunto de la tercera persona una primera edad marcada por el desafecto paterno; los intensos poemas con que Daría Rolland va punteando sílaba a sílaba la narración. El círculo autobiográfico clausura su trazo cuando la narradora toma o asume la voz imaginada del padre. Se despliega entonces un audaz monólogo a partir del cual un joven cuyas aspiraciones truncaría la guerra civil española hasta la amargura narra su propia existencia antes de que su hija, cuya vida cuenta el libro, viniera al mundo.

Puente romano de Valle del Tiétar, lugar natal de Daría Rolland / Foto: José Luis Filpo Cabana.
Puente romano de Valle del Tiétar, lugar natal de Daría Rolland / Foto: José Luis Filpo Cabana.

A través de sus avatares internos y su cambiante estilo de escritura, con el ejercicio alterno de un lenguaje poético y culto con otro popular y a trechos coloquial, el lector nunca pierde de vista el hilo de la narración. La vida con sus mayores contrastes, la brutalidad y la delicadeza, aparecen en esta obra dotada de un equilibrio que va creciendo en una espiral de superación sin supresiones. La autora no ha perdonado la amargura del pasado a la hora de dar cuenta del propio ser. No ha incurrido en los defectos habituales de las autobiografías escritas por el yo que se sabe mirado: callar acontecimientos vergonzosos del sujeto o de su familia que, no obstante, resultan imprescindibles para entender otros sucesos que sí se narran, o bien transformarlos hasta hacerlos irreconocibles, bien en acontecimientos neutros, bien en sus contrarios, racionalizándolos de forma que el sujeto termina desempeñando un papel más decisivo o desinteresado del que tuvo en realidad. No resulta fácil entregar una obra sobre sí mismo sin endulzar los recuerdos ni cubrir las heridas, pero cuando el autor se atreve, como es el caso de Daría Rolland, el lector lo agradece sin palabras.

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