Marcelino Olaechea «sigue marcando el camino» cuarenta años después

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El arzobispo Carlos Osoro clausuró el homenaje realizado al salesiano en el Palacio de Colomina anunciando la intención de abrir la causa para su canonización

De izda. a dcha., Vicente Navarro de Luján, Carlos Osoro y Rosa Visiedo. / CEU
De izda. a dcha., Vicente Navarro de Luján, Carlos Osoro y Rosa Visiedo. / CEU

La huella de Don Marcelino Olaechea sigue muy presente 40 años después. El religioso salesiano fue obispo de Navarra durante la guerra civil y la posguerra y arzobispo de Valencia en su última etapa (1946-1966). Su magisterio tuvo tal impacto y personalidad que todavía hoy se añora su forma de gobernar y las lecciones que dio con sus decisiones. Así quedó demostrado durante el coloquio del Palacio de Colomina que sirvió como homenaje a su figura y en la que allegados y expertos en el personaje analizaron sus pasos y la influencia sobre la comunidad católica. La conferencia, clausurada por el arzobispo de Valencia, Carlos Osoro, sirvió para conocer, en palabras del prelado, la intención de abrir “la causa para su canonización”.

Según Osoro, se trata de una “figura capital con un corazón excepcional, que no vivió para sí mismo sino para los demás y que ejerció su labor pastoral de forma admirable”. Para el arzobispo, su trabajo queda reflejado “con sólo ver lo que fue su labor como obispo de Pamplona, de 1935 a 1946, cuando salvó la vida a tantas personas acogiéndoles en su casa o en otro lugares e intercediendo por tantos condenados”.

Precursor de la Iglesia contemporánea

Por su parte, el historiador Juan María Laboa, habló de Olaechea como precursor de la iglesia contemporánea. “Desde el Concilio Vaticano II se puede decir que él era el abanderado de este asunto. Uno de sus logros fue propiciar la creación de sindicatos católicos como el Instituto Social Obrero (ISO) en 1948 o dos años antes la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), que al principio supuso una sorpresa porque se relacionaba a la Iglesia con la clase trabajadora, algo que hasta esa fecha no era habitual”. Además, para Laboa son dignas de elogio las trabas que puso a la hora de relacionarse con el franquismo y con el bando nacional en la Guerra Civil. “Su formación era clásica y conservadora pero aún con eso, en el se vislumbra momentos de duda, de no querer aparecer cerca de Franco o de no bendecir tropas”. Pese a ello, el religioso sí aceptó los cargos para los que se le nombraba durante la dictadura. “Lo hacía de forma estratégica, no le hacía ningún mal y desde esa posición él podía hacer el bien y propiciar cambios”.

Para el también historiador José Andrés Gallego, del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), define al religioso como “un pedigüeño” y se congratula de que esa sea la imagen que aparece de él en muchas biografías de internet. “Pedía hasta hartar. En una ocasión, tras una catástrofe en Santander siendo obispo de Navarra, pidió a los pueblos que ayudaran en lo posible. Después saco una lista sólo para decir qué pueblos no habían aportado nada y dejarlos en evidencia”.

Desde el punto de vista del historiador Pedro Ruz, el hecho de ser de Baracaldo le otorgó una personalidad poliédrica que le hizo interesarse por el mundo obrero de los altos hornos vascos. También destaca su amplia cercanía, que le recuerda  a la de su inspirador, Juan Bosco. “Se rodeaba de niños, jugaba con ellos en el patio en su etapa de director de distintos colegios. Muchos de esos alumnos me han narrado la alegría que transmitía y que eso les daba confianza a los muchachos, que siempre acudían a su despacho a solucionar problemas personales o de cualquier índole”. Su delicadeza personal es la huella que con más fuerza recuerdan los que trataron con él, pues según Ruz, “era un excelente comunicador y eso hizo que su fama llegara a Roma y fuese candidato a obispo pronto. Primero se le propuso Málaga pero acabó en Navarra, donde hizo una labor de sanación y curación tremenda”.

Su posición durante la Guerra Civil

Respecto a su posición durante la Guerra Civil, Gallego recuerda que Olaechea exigió en numerosas ocasiones “dejar el baño de sangre aunque fue el primero que usó el término cruzada”. En ese sentido, el historiador señala que llegó a publicar en el Boletín Oficial del Obispado “un texto de obligada lectura en todas las misas en el que solicitaba que no se derramara más sangre para salvar a nuestra patria y que todos recibieran el perdón”. Pero su labor pacifista no quedó en simples escritos, según Gallego, el obispo de Navarra también pedía a los curas “que no se les ocurriera delatar a nadie”. “En aquella época era sabido que muchos testificaban contra vecinos, también algún sacerdote lo hacía, pero Olaechea insistía en que su trabajo era defender lo contrario, que nadie muera y que se impusiera la sacrosanta ley del perdón”.

En ese contexto, otro de los aspectos loables del salesiano fue su interés por los refugiados: “Creó un centro para acoger y dar de comer a gente de la guerra civil y más tarde lo repitió con II Guerra Mundial, y eso que la mayoría eran judíos. Para ello cedió un antiguo hospital y pidió a los pamploneses ayuda porque a él no le llegaba para todos”, afirma el historiador. Finalmente, el aspecto financiero no fue un problema pues según Gallego, “Navarra tiene una fuerte vocación misionera y España en general es de los países que más aporta a obras pontificias, algo que no es un orgullo sino una esperanza”.

Respecto a su etapa en Valencia, Ruz analiza su llegada como “un shock”. “Estaba en otro ambiente, en una ciudad muy golpeada por la guerra, por ello se dirige a ricos y pobres, obreros, a los que sufren, a los derechas e izquierdas, fueran lo que fueran y creyeran en lo que creyeran, con un gran compromiso social”. Para el historiador, el apodo que se ganó lo dice todo de él. “Era el cura tombolero, recaudaba con loterías para gitanos, mujeres y para crear viviendas protegidas en los que hoy es el barrio de San Marcelino o Patraix. No soportaba ver las chabolas del Turia y su voluntad de ayudar llegó a tal extremo que tras las riadas subastó su báculo y su anillo pastoral”. Tal era la voluntad de colaborar que, según Ruz,  “cuando un ex alumno propuso hacerle una estatua en Baracaldo, le dijo que lo mejor que podía hacer era construir un colegio”.

Tras el coloquio relacionado con la vida y obra de Olaechea, también tuvieron la oportunidad de hablar de él la gente más cercana en una mesa redonda. El sacerdote Juan Pérez, la directiva de Acción Católica Asunción Alejos, la profesora de la Asociación Católica de Maestros Laudelina Pérez, o María Luisa Aro, comentaron su experiencia personal junto a él hasta los últimos momentos de su vida concluyeron que su figura sigue siendo un ejemplo y un camino a seguir.

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