Lleva seis años en el Comité Internacional de la Cruz Roja, donde ha ejercido como jefe adjunto de la Delegación para Colombia y Somalia. Antes, durante 12 años, fue coordinador en Médicos Sin Fronteras.
Durante ese periodo constató, como trabajador humanitario, la terrible realidad que sufren las personas más vulnerables del mundo. Y decidió compartirla en un libro muy duro pero necesario: “Vidas en conflicto”, publicado por Plataforma Editorial.
Es Alfonso Verdú, alumni de la primera promoción de Derecho del CEU de Elche, en el que, asegura, pasó una de las etapas más bonitas de su vida.

Guatemala, Palestina, Perú, Etiopía… Prisiones infernales, violaciones, masacres, hambrunas, torturas, esclavitud… En «Vidas en conflicto» cuentas historias reales que has conocido de primera mano como coordinador de Médicos Sin Fronteras (MSF) durante doce años. Una  terrible realidad que coexiste, en pleno siglo XXI, con la nuestra.  ¿Era necesario este libro?

Si acudimos a cualquier librería, tenemos libros similares de autores excelentes, desde Ramón Lobo a Alberto Rojas, pasando por Xavier Aldekoa o Mikel Ayestaran. La mayoría de ellos tienen, eso sí, un enfoque similar: el del periodista/reportero centrado en historias de vida.

¿Era necesario este libro? Creo que era necesario hablar de las personas más vulnerables –las que están en medio de un conflicto armado- desde la perspectiva de un trabajador humanitario que tiene el privilegio de acceder y acompañarlas durante meses o años, y no durante unas pocas horas o semanas. Si el libro aporta algún valor, tal vez sea el de la proximidad y el conocimiento que mi profesión nos regala.

‘Creo que era necesario hablar de las personas más vulnerables desde la perspectiva de un trabajador humanitario que tiene el privilegio de acceder y acompañarlas durante meses o años’

¿Qué te movió a contar tu experiencia?

En primer lugar, la necesidad de poner a estas poblaciones en el foco de atención. Muchas veces nos centramos, tal vez demasiado, en lo que hacemos los trabajadores y organizaciones humanitarias, mientras que lo verdaderamente importante son las realidades y los enormes desafíos a los que esas personas se enfrentan.

En segundo lugar, y como te decía antes, quería hacerlo desde la perspectiva –creo que diferente- de un trabajador humanitario. Pienso que somos testigos privilegiados de estas problemáticas, porque las acompañamos a fondo y lo hacemos en los escenarios más extremos que podamos imaginar. Desde luego, no todas las organizaciones tienen esa capacidad, pero puedo asegurar que es el caso de MSF y del CICR (Comité Internacional de Cruz Roja).

Y finalmente, porque sentía la necesidad de compartir muchas de las cosas que he guardado en silencio durante estos años, tanto con las personas más cercanas como con el público en general.

Etiopía (por Samuel Hauenstein-Swan). «Como tantos otros miles refugiados, como el propio Abdi de nuestra historia, este padre llega con su hijo en brazos al centro de recepción de Dolo Ado, en la frontera etíope con Somalia. Este es sólo un principio más de una más de sus durísimas historias».

¿Cuál de todas estas terribles historias te impactó más?

Es muy difícil jerarquizar el sufrimiento. En todos los problemas que narra el libro hay personas pasándolo muy mal y esforzándose por superarlos, sea debido a un brote epidémico (como el Ébola), a un proceso de desplazamiento (refugiados sirios en Iraq, desplazados internos de República Centroafricana o migrantes centroamericanos en México) o a una crisis nutricional. Pero diría que no hay nada parecido a una guerra, a un conflicto armado. Entre otras razones, porque muchas veces son la causa de todas las anteriores. Y también porque, si hablamos de soluciones, son precisamente estas –las guerras- en las que tenemos menos influencia.

‘Europa me ha decepcionado profundamente. Cuando ha llegado el momento de responder al mayor flujo de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, no hemos dado la talla’

En tu libro abordas un gran número de dramas humanitarios, pero hay uno que nos toca de cerca: la llegada masiva de personas que huyen de la muerte y buscan una oportunidad en nuestra sociedad. ¿Cómo calificas la respuesta de Europa? 

Europa me ha decepcionado profundamente. Cuando ha llegado el momento de responder al mayor flujo de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial (el generado por la guerra en Siria), no hemos dado la talla.

Veamos este ejemplo: un país como el Líbano, con poco más de 6 millones de habitantes, ha acogido –hasta ahora- a casi dos millones de refugiados sirios.

Europa, una potencia regional y política de más de 500 millones de habitantes, no solo ha cerrado sus fronteras con alambre de espino e incumplido sus acuerdos iniciales de asilo y refugio, sino que además ha firmado un acuerdo muy cuestionable con Turquía para que se haga cargo de ellos. Dinero a cambio de no recibir refugiados es todo lo contrario de las bases fundacionales de la UE y del propio Derecho Internacional.

Lo mismo ocurre en el resto del mundo: la “carga” del acogimiento de personas la suelen llevar países que no son precisamente ricos. Véase Uganda, que ha recibido más de un millón de refugiados de Sudán del Sur (uno de los más grandes y olvidados dramas humanitarios actuales), o Pakistán con los afganos, por poner solo dos ejemplos.

El alumni del CEU durante su etapa en MSF, en la frontera entre Djibouti y Somalia, en 2008

Es probable que la historia nos juzgue…

No puedo evitar preguntarme una cosa: ¿cómo nos verán los estudiantes de relaciones internacionales, de derecho internacional, de políticas, de sociología… del futuro, dentro de cincuenta, cien, doscientos años, al examinar la actitud de Europa ante este drama?

Será inevitable que alguien “redescubra” que seguíamos pasando nuestras vacaciones bañándonos tranquilamente en el Mediterráneo, como si nada, mientras al menos 40.000 muertos yacían en sus profundidades…

Pero no se trata de generar culpas. Se trata, al menos, de cuestionarse de forma crítica lo que estamos haciendo. Los argumentos del miedo (los de la seguridad nacional, el mercado de trabajo o la “invasión cultural”) son simplemente insostenibles cuando vemos lo que han hecho algunos de los países que he mencionado antes. O cuando simplemente miramos a otros momentos de la historia; no olvidemos que casi todos los países tenemos un pasado “migratorio”; nuestros abuelos también tuvieron que salir, e incluso huir, de ciertas realidades muy similares…

‘El ciudadano tiene más “poder” que nunca, ya que puede ir mucho más allá del voto. Interesarse y concienciarse por lo que está pasando en estos países es el primer paso’

¿Sientes que puedes cambiar algo desde tu trabajo en organizaciones humanitarias?

En el cierre del libro comparto que la “ética humanitaria” es una ética de mínimos: al contrario que otras organizaciones, más centradas en las cuestiones de fondo –por ejemplo, las organizaciones orientadas a la cooperación al desarrollo-, los humanitarios pretendemos cambiar pocas cosas.

Nuestro objetivo principal es prevenir y aliviar el sufrimiento; asistir y proteger a las víctimas de conflictos armados. En suma, dar a esas personas, a esas familias, a esas comunidades, una nueva oportunidad. Esa oportunidad sirve en ocasiones para iniciar una nueva vida –con un nuevo trabajo, un nuevo hogar, etc.-, pero desgraciadamente, la mayoría de las veces consiste en salvar la vida, en superar una hambruna o epidemia, o en huir de la violencia que sólo una guerra puede generar y, por tanto, de una violación masiva de sus derechos fundamentales y de su dignidad. A partir de ahí, esas personas tienen otros apoyos para reconstruir sus vidas, pero el principal son ellas mismas. En mi experiencia, hay muchísimos más héroes que víctimas en estas situaciones…

Palestina (por Atsushi Shibuya) «Este niño puede estar en cualquier ciudad de Palestina –en Nablus, en Jenin, o en Hebron, donde transcurre nuestra historia- porque el muro de Israel ya llega a todas partes, incluyendo a su paseo en bicicleta. Y a su mirada».

¿Entonces cómo se arregla esto?

Las soluciones no nos corresponden a nosotros, los humanitarios; son políticas, no hay otra alternativa. Conflictos como Somalia, Siria o Palestina no se solucionan con ayuda humanitaria o con más violencia. Requieren diálogo y liderazgos políticos fuertes. Es ahí donde entra lo que llamamos “diplomacia humanitaria” (el CICR es reconocido mundialmente por esta labor), pero, insisto, con enormes límites definidos por la necesaria neutralidad de nuestros posicionamientos.

¿Y la sociedad civil?

Pienso que el ciudadano individual y el público general tienen más “poder” que nunca, ya que puede ir mucho más allá del voto que permite nuestra democracia representativa.

Interesarse y concienciarse por lo que está pasando en estos países es el primer paso. Y no hablo sólo de interés por sus catástrofes humanitarias. Cada uno de ellos es rico en dinámicas políticas, sociales y culturales que, a veces, por cierto, las organizaciones humanitarias contribuimos a marginar…

Un paso más allá –y tal vez el clave para responder – sería entender qué hacen nuestros países respecto de esas situaciones, en otras palabras, cuáles son las políticas de asuntos exteriores, de cooperación al desarrollo y de ayuda humanitaria que nuestros gobiernos llevan a cabo. Compararlas y formarse una opinión crítica sobre con cuál estamos más o menos de acuerdo.

Y un tercer paso puede ser involucrarse activamente con alguna de las organizaciones que trabajamos sobre el terreno. Aquí hay muchas formas de hacerlo, desde seguir las informaciones que se publican (hoy, tan al alcance de cualquiera) a apoyar sus campañas o colaborar económicamente con aquellas que lo soliciten.

‘Nuestro objetivo principal es prevenir y aliviar el sufrimiento; asistir y proteger a las víctimas de conflictos armados. En suma, dar a esas personas, a esas familias, a esas comunidades, una nueva oportunidad’

¿Eres optimista?

Diría que sí y que no. Sí, porque es evidente que, mirando a los datos más “macro”, la humanidad va mejorando: más gente accede a la educación; se reduce la mortalidad infantil; baja la malnutrición (excepto el año 2017, por cierto); hay más medios y surgen clases medias en países como Kenia o Tanzania…

Pero también “no”, no soy optimista, porque, a su vez, esta mejora generada por el capitalismo global está creando cada vez más desigualdades y “bolsas” más profundas de pobreza, exclusión y… violencia.

Este año, como decía, y por primera vez en lustros, ha aumentado el número de gente desnutrida, especialmente niños; pero también el de conflictos armados o el de refugiados (que ha superado por primera vez en la historia al de la Segunda Guerra Mundial). Debemos seguir muy alerta y no podemos bajar la guardia ante estas tendencias que mantienen a casi un quinto de la humanidad en condiciones terribles.

México (por José Luis Mitxelena / MSF) «La mirada de este transmigrante centroamericano se pierde en un entorno aparentemente inocuo –una estación de tren en México-, pero lleno de peligros: traficantes, secuestros, extorsión… en el mayor eje de migración del mundo: el que lleva al Mc-paraíso de los Estados Unidos».

Centrémonos en el vaso medio lleno. En todos los conflictos en los que has trabajado, ¿has percibido algún cambio que  te permita albergar esperanzas?

Sí. Colombia, por ejemplo, ha logrado unos acuerdos de paz tras más de 60 años de conflicto armado.

Guatemala, que sigue sufriendo problemas estructurales graves, es un ejemplo en cuanto a la recuperación de su memoria histórica. Colombia también ha establecido mecanismos ejemplares para su memoria, reparación a las víctimas y funcionamiento de la justicia post-conflicto. El CICR se ocupa de dar apoyo en muchas de estas áreas, con énfasis en la localización y recuperación de los “desaparecidos”. Un debate, por cierto, que veo sigue muy candente en España; podríamos aprender mucho de estos países…

Fuera de América Latina hay otros conflictos que han seguido evoluciones positivas (aunque siempre matizables) como Sri Lanka o Angola. Pero, lamentablemente, las “gafas” que los trabajadores humanitarios utilizamos no son precisamente las del positivismo y la resolución de conflictos. Cuando uno mira cómo se ha deteriorado la situación en países como República Centroafricana, Yemen, Filipinas o Myanmar, resulta difícil ser optimista.

‘Este año ha aumentado el número de gente desnutrida, conflictos armados y refugiados. No podemos bajar la guardia ante estas tendencias que mantienen a casi un quinto de la humanidad en condiciones terribles’

¿Contento en tu nueva etapa, en Cruz Roja? Cuéntanos el proyecto en el que estás inmerso ahora. 

Sí. El Comité Internacional de la Cruz Roja nació en 1863 y es el “inventor” de las Convenciones de Ginebra y de la acción humanitaria moderna.

Como decía, llevamos a cabo muchas labores de asistencia “pura”, pero nuestro mandato principal es el de la protección que, a su vez, se divide en dos grandes áreas: por un lado, la protección de la población civil, que incluye el trabajo en prisiones (tenemos un mandato internacional para acceder a todos los centros de detención del mundo durante un conflicto armado), el restablecimiento de vínculos familiares (para personas, familias o comunidades que han perdido el contacto con sus seres queridos) y el diálogo directo con actores armados (desde grupos paramilitares a los ejércitos de las grandes potencias) para recordarles sus obligaciones en materia de respeto de los civiles y minimizar las violaciones del Derecho Internacional Humanitario.

Darfur (por Espen Rasmussen) «Esta fue una foto peligrosa, escondida, trasera, realizada a un grupo de yanyauid. Esta milicia paramilitar sudanesa opera en Darfur utilizando caballos o camellos como medio de transporte y forma de aterrorizar a la población. Hablar con ellos está al alcance de muy pocos».

Y también practicáis una especie de “diplomacia humanitaria”, ¿no es así?

Sí. Nuestro objetivo es promocionar y ayudar a la implementación del Derecho Internacional Humanitario por parte de actores estatales y no estatales. Esta labor, mucho menos conocida, es así mismo fascinante e importante, y puede ir desde una conversación en medio de la selva colombiana con comandantes de las FARC o con milicias yihadistas en el Sahel a conferencias internacionales organizadas en nuestra sede en Ginebra con decenas de estados para la adopción o ajuste de mecanismos internacionales de protección de los civiles, la misión médica, el acceso humanitario o cualquier otra área regulada por el Derecho Internacional Humanitario.

Nuestra fuerza también consiste en la capacidad de hacer seguimiento de esos compromisos sobre el terreno en los más de 90 países en los que trabajamos.

‘El CEU me dio todo lo que un estudiante puede esperar, con el seguimiento personalizado y la humanidad que sabe transmitir. Hubo profesores que hoy son amigos y que forman parte de la red que ha hecho de mí quien soy y quien estoy llegando a ser’

¿Tus siguientes metas?

Por el momento, seguir ganando experiencia con el CICR en el terreno para posteriormente incorporarme a nuestra sede en Ginebra, en el ámbito de las operaciones o la diplomacia humanitaria.

He iniciado también un doctorado en derecho y relaciones internacionales con la idea de algún día retomar mi otra pasión: la docencia, algo que hice brevemente en el CEU de Elche –una de las épocas más felices de mi vida- y cuya ausencia suplo como facilitador de numerosos seminarios y conferencias en mi ámbito de trabajo o con Universidades y think tanks con los que MSF o el CICR participan.

República Democrática del Congo (por Sylvain Cherkaoui) «Esta mujer, que está siendo ingresada como paciente sospechosa de Ébola, tiene muy pocas posibilidades de sobrevivir. Será víctima del virus, sí, pero también de una epidemia igualmente mortífera: la del miedo».

Pues volvamos al CEU. Antes de cursar un Máster de Ayuda Internacional Humanitaria, estudiaste Derecho en nuestro campus de Elche. Y con un expediente inmejorable. ¿Qué recuerdos guardas de aquella época?

Fue algo muy especial pertenecer a la primera promoción de Derecho en el que por aquel entonces (1994-1999) era el CEU San Pablo de Elche. Lo recuerdo como una de las etapas más bonitas de mi vida, tanto por los compañeros como por el profesorado.

Al mismo tiempo que adquiríamos los conocimientos en Derecho y los valores que el CEU transmitía, nosotros mismos “construíamos” el centro. ¡Recuerdo, literalmente, echar una mano en verano a los obreros que estaban construyendo la biblioteca! (risas)

A título personal debo decir que el CEU me dio todo lo que un estudiante puede esperar. Me dio reconocimiento a los resultados que obtenía; me dio apoyo a través de becas de todo tipo durante mis estudios –estuve como becario en el aula de Informática y pude pagar parte de mis estudios también con los créditos cubiertos con la obtención de las matrículas de honor-; y me apoyó también en la realización de los cursos de doctorado y en mis primeras labores de docencia universitaria.

Y todo ello con el seguimiento personalizado, la cercanía y la humanidad que el CEU sabe transmitir. Hubo profesores que hoy son amigos y que forman parte de la red que ha hecho de mí quien soy y quien estoy llegando a ser. No tengo más que palabras de eterno agradecimiento a todas esas personas que estuvieron en Elche en esos cinco años, encabezadas por su director, Francisco Sánchez.

Yemen (por Michael Goldfarb) «A pie de playa, de día a 40 grados o,  de noche, entre traficantes y piratas; así teníamos que atender a los refugiados somalíes y etíopes que aterrizaban en Yemen después de hasta cinco días en patera, en condiciones inhumanas, en busca de su Edén».

No sabes hasta qué punto nos enorgullece haber contribuido, aunque sea un poco, a que seas quien eres. A ver si puedes «empujar» a algún alumno que quiera dedicarse a la ayuda humanitaria. ¿Qué consejos le darías?

Cualquier perfil tiene hoy cabida en la acción humanitaria o en la cooperación internacional. Por supuesto, cada organización tiene preferencia por unos u otros perfiles según su mandato (por ejemplo, MSF busca más médicos, enfermeros, técnicos de laboratorio, etc. mientras que el CICR busca más perfiles de Ciencias Sociales, especialmente Derecho Internacional y Relaciones Internacionales) pero casi todas necesitan expertos en comunicación (periodistas), en logística (ingenierías de todo tipo), en áreas especializadas (agrónomos, ingenieros de telecomunicaciones, etc.), gestores de recursos humanos, administradores y financieros… y todo lo necesario para hacer funcionar organizaciones que superan los 1.500 millones de Euros de presupuesto anual.

Si me lo permites, es importante, sin embargo, tener en cuenta algunas ideas y principios básicos. La acción humanitaria y la cooperación al desarrollo demandan perfiles a veces muy diferentes. Es también importante distinguir lo que es una carrera profesional de compromisos más cortos en el tiempo, como voluntariados de uno o dos meses en verano.

En cualquier caso, cualquier organización seria que vaya por la vía “profesionalizada” de la que hablo, va a exigir el conocimiento de al menos dos lenguas oficiales de Naciones Unidas y, seguramente, de experiencia previa con otras organizaciones  “en el terreno”. Esto es lógico teniendo en cuenta el grado de profesionalización de esta actividad en los últimos veinte años. Para conocer mejor los requisitos de cada una (sea una ONG, el movimiento de la Cruz Roja, Naciones Unidas o cualquier organismo multilateral como la UE), recomiendo visitar sus páginas web, que explican todos los requisitos y el proceso de acceso.

Alfonso. Gracias. Hasta siempre y cuídate mucho.

A vosotros.

Alfonso Verdú en Nairobi, en una reunión con las embajadas de los principales países donantes del CICR.
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